jueves, 28 de abril de 2016

¿Qué cuentan los relojes?

Los relojes antiguos no se limitaban como hacen los modernos a decirnos la hora exacta que es, cosa que, por otra parte, nunca podremos decir con precisión matemática ni exactitud, porque nada más decir la hora, ya habrá pasado, ya ha dejado de ser. Una hora bien contada nunca se acaba de contar, como nos enseñó Machado. 

Estos toscos relojes antiguos -horologia o cuenta horas, ya sean de arena, de agua o clepsidras  o bien cuadrantes solares-  nos hacen reflexionar con su sabiduría. Contienen a menudo  una máxima o frase lapidaria,  generalmente mínima, compuesta por pocas palabras que sugieren muchas cosas de índole filosófica o poética,  sobre la realidad y falsedad del paso del tiempo que pretenden contar, la fugacidad de la vida y nuestra condena a muerte, es decir, sobre la inminencia de nuestra hora, esa hora siempre futura sin embargo y nunca presente todavía ni nuestra que pende sobre nosotros como una espada de Damocles.

He aquí algunos ejemplos que he ido recopilando de aquí y de allá, tomados la mayoría de ellos de relojes solares que no dejan de asombrarnos.



Ab ultima aeternitas (A partir de la última, la eternidad) 




                               
Adhuc tempus (Aún hay tiempo)

Aetas cito pede praeterit  (El tiempo pasa con pie ligero). Nota cómo de "praeterit" que significa "pasa" viene nuestro término gramatical "pretérito": lo pasado, lo que ha sido dejado atrás, lo preterido.

Afflictis lentae, celeres gaudentibus horae (Para los deprimidos, lentas las horas;  para los que se divierten, rápidas)

Appropinquat hora (Se acerca la hora) Obviamente, se refiere sin mentarla a "la hora de nuestra muerte", como cuando decimos que a alguien le llegó su hora.

Ars longa,  vita brevis (Lo que hay que hacer -el arte- es largo, la vida breve). Es la versión latina de la frase atribuida a Hipócrates: Ho bíos brachýs, he dè téchnee makrée.

Aspice in horam et memento mori (Mira a la hora y recuerda la muerte)


Bene utere (Empléala bien, se refiere a la hora que marca el reloj) 

Breves sunt dies hominis (Cortos son los días del hombre)

Breves sunt, sint utiles (Breves son, que sean útiles) La diferencia sunt/sint es modal: sunt es modo indicativo, constata la realidad; sint es modo subjuntivo del mismo verbo SUM, expresa un deseo: las horas son breves, ¡sean provechosas! 

Brevis aetas, vita fugax (El tiempo es corto, la vida fugaz) 


 


Carpe diem (Aprovecha el día, clásico de Horacio). 

Cotidie morior (Cada día muero. Lo dice el reloj solar en primera persona, que muere sin el sol para renacer al día siguiente) 

Debemur morti nos nostraque (Nos debemos a la muerte nosotros y lo nuestro, verso de Horacio) 


Dives an pauper, nihil interest, morieris (Rico o pobre, no importa nada, morirás)


Do si sol (La doy si hay sol: se refiere a la hora)



Dona praesentis cape laetus horae  (Toma contento los dones de la hora presente, un verso de Horacio que expresa un sentimiento epicúreo)

Dubia multis, certa omnibus (Dudosa para muchos, segura para todos).

Dum loquimur fugit irremeabile tempus (Mientras hablamos huye sin retorno el tiempo, variación sobre verso de Horacio)

Dum quaeris hora fugit (Mientras preguntas por ella, la hora huye)

 Dum spectas fugio, sic vita (Mientras me miras, huyo, así la vida. Es decir, mientras me estás mirando porque pretendes saberme y atraparme con tu mirada, yo -habla el tiempo- he huido; me he escapado; luego es imposible que me detengas. Lo mismo sucede con la vida, y con toda la realidad. Si nos hacemos, llegados a este punto, la pregunta crucial de qué es el tiempo, podremos decir, como san Agustín, que 
«Si no me lo preguntan lo sé. Si me lo preguntan, lo ignoro». )

Ego redibo, tu nunquam (Yo volveré; tú, nunca)

Elapsas signat horas (Marca las horas que han pasado)

Et sic labitur aetas (Y así pasa  la vida)

Ex his una tibi (De éstas, una es tuya)

Fac dum tempus opus, mors accedit (Haz, mientras hay tiempo,  tu trabajo, la muerte viene)

Fac modo quae moriens facta fuisse velis (haz ahora  lo que al morir quisieras haber hecho)

Fert omnia aetas (El tiempo se lo lleva todo, verso de Virgilio)

Festina lente (Apresúrate despacio)

Festina,  mox nox (Apresúrate,  pronto la noche)


Fruere hora (Disfruta de la hora) La imagen del reloj representa a Leda y el cisne, metamorfosis de Zeus para seducir a la joven.

Fugaces labuntur anni (Fugaces pasan volando los años, verso de Horacio)


Fugit irreparabile tempus (El tiempo huye irrecuperable). Está tomado de un hexámetro de Virgilio: Sed fugit interea, fugit irreparabile tempus. "Pero se va entre tanto el tiempo imparable marchando".

Fugit hora, ora   (Huye la hora, ora) Invitación resignadamente cristiana a rezar ante el paso del tiempo y la fugacidad de la vida.

Haec ultima forsan (Quizás ésta sea la última)

Hora fugit, memento mori (La hora huye,  ten presente la muerte)

Hora pro nobis (Que la hora sea para nosotros, juego de palabras con el ora pro nobis  (ruega por nosotros) de la liturgia católica).

Inminet mors (La muerte es inminente)

Latet ultima (La última está latente).


Lente hora, celeriter anni (Lentamente la hora, rápidamente los años)

Me lumen, uos umbra regit (A mí me gobierna la luz, a vosotros la sombra).

Meam non tuam noscis (Sabes la mía, no la tuya)

Memento mori (Recuerda que eres mortal)


Memor ultimae,  utere praesenti  (Acordándote de la última, aprovecha la presente)

 

Mors certa, hora incerta (Segura la muerte, incierta la hora)

Natus moriere (Nacido que has,  morirás)

Ne me perdas (No me pierdas, no me malgastes)

Nec revocare potes qui periere dies (Y no puedes recuperar los días que pasaron, verso de Ausonio).

Neque diem neque horam cognoscitis (Ni el día ni la hora sabéis)

Nescia mens fati est horae sortisque futurae (Tu mente es ignorante de la hora de tu destino y de tu suerte futura)

Nihil sine sole (Nada sin sol)

Non reditura (No ha de volver: se sobreentiende la hora)
                                        

Nulla hora redibit (Ninguna hora volverá)

Numero tempus quod tu teris (Cuento el tiempo que tú malgastas)

Nunc est heri crastinae diei (Ahora es ayer del día de mañana)

Omnia cum tempore praetereunt (Todo pasa con el tiempo)

Omnia humana vana (Todo lo humano vano)

Omnia somnia (Todas las cosas,  sueños)

Omnia subvertet (Todo lo destruirá, se supone que el paso del tiempo)


Orimur, morimur (Nacemos, morimos)


Phoebo absente nil sum (Sin Febo/Apolo/el Sol nada soy)

Praeteritum nihil, praesens instabile, futurum incertum (Nada el pasado, inestable el presente, incierto el futuro)

Pulvis et umbra sumus (Polvo y sombra somos, verso de Horacio)

Quae sit quis scit? (¿Quién sabe cuál es?)

Quasi Phoenix ex cinere mea resurgo (Como el ave Fénix renazco de mi ceniza)

Quid sine sole? Nihil (¿Qué sin el sol? Nada)

Quod addo, detraho vitae (Lo que sumo, lo resto a la vida)

Quod ignoro doceo (Enseño lo que ignoro)


Semitam, per quam non revertar, ambulo (Camino por senda por la que no volveré)

Sic transit gloria mundi (Así transcurre la gloria del mundo)

Sic transit hora (Así pasa la hora)

Sic transimus omnes (Así pasamos todos)

Sicut fumus (Como humo)

Sicut umbra (Como una sombra)

Sine lumine pereo (Sin la luz me muero) 

Sol lucet omnibus (El sol luce para todos)
 



Sol me regit, vos umbra (El sol me gobierna a mí, a vosotros la sombra)


Solarius nobis comminuit articulatim diem (El reloj solar nos ha partido el día en pedazos, verso modificado y tomado de Aquilio, también atribuido a Plauto) 

Sua cuique hora (Cada uno tiene su hora)

Tempora mutantur, et nos mutamur in illis (Cambian los tiempos y nosotros cambiamos también con ellos, frase de Séneca)
                                    

Tempus fugit (El tiempo huye. Si hubiera que elegir un lema clásico de los relojes sería este, sin duda: El tiempo, en efecto, huye, pero eso no quiere decir que pase: el tiempo no pasa, pasan las cosas, incluidos nosotros, las personas, entre las cosas. Y sin embargo el tiempo se nos escapa siempre, huye de nuestra ideación, de la idea que nos hacemos de él).

Transit hora, manent opera (Pasan las horas, quedan las obras)

Tuam nescis (Ignoras  la tuya)

 

Ultima forsan (La última quizás) Se refiere a que la hora que debería verse en el reloj solar de la parte superior, al que le falta el gnomon o elemento que produce sombra,  podría ser la última.

Ut momentum horae sic tua vita fugit (Como un instante de una hora así huye tu vida)

Venio ut fur (Vengo como un ladrón)

Ventus est vita hominis (Viento es la vida del hombre)

Vides horam et nescis futurum (Ves la hora y desconoces el futuro)

Vita tua semper incerta (Tu vida siempre insegura)

Vive memor leti, fugit hora (Vive pensando en la muerte, la hora huye, verso de Persio; "letum" es otro de los nombres de la muerte, además de "mors"; de letum, precisamente, viene nuestro adjetivo "letal")

Vivens mortalis (El que vive, mortal)

Vivere memento (No está mal esgrimir, frente al clásico Memento mori -acuérdate de que eres mortal-  este epicúreo "acuérdate de vivir").


Vulnerant omnes, ultima necat (Hieren todas, la última mata; se sobreentiende "hora", claro).
  

domingo, 24 de abril de 2016

Lo llamamos democracia y no lo es



La primera parte del vídeo que os propongo, la cara A, es la más educativa, porque en ella se hace una crítica de los sistemas democráticos actuales de dominio. Es la parte más instructiva porque es la más destructiva. Aclaro el oximoro: frente a lo que nos han inculcado y nos repiten todos los días a todas las horas los medios de formación de masas, que es mentira, conviene decir que no vivimos en democracia. El video no pretende inculcarnos una nueva verdad, nos muestra la mentira de la verdad que tenemos inculcada, lo mismo que nos sugiere la Mafalda de Quino cuando se entera del significado de la palabra griega "democracia". Y eso, como dice el vídeo de Whymaps, uno de los más honestos que conozco, conviene tenerlo en cuenta antes de ir a votar.


La cara B nos habla de la democracia griega, el sistema político que se inventó en la Atenas clásica, que propiamente se denominó “democracia”, y que se propone como comparación.   Cuando se compara la democracia directa de Periclés con los sistemas de gobierno representativo actuales, se suelen hacer las siguientes objeciones al modelo griego, a las que me adelanto:

1ª.- La democracia ateniense era imperfecta, ya que  estaban excluidas las mujeres, los esclavos y los metecos o extranjeros de la asamblea. Efectivamente, se trataría, para mejorar ese sistema, de no excluir a nadie que tenga uso de razón y entendimiento, sin que fuera necesario ningún censo electoral previo.


2ª.- La democracia ateniense asamblearia hoy sería  impracticable en nuestros grandes estados nacionales.  Efectivamente: habría que descentralizar y dinamitar la administración política para volver a los pequeños “concejos abiertos” o plenos municipales de los pueblos de antaño, asambleas de los barrios en las grandes ciudades, comunidades de vecinos, donde  se tomarían las decisiones, si fuera necesario tomar alguna, nunca por mayoría, sino por unanimidad,  La trampa de todos los sedicentes sistemas democráticos consiste en hacer pasar la voluntad de la mayoría por la de todos, cuando es evidente que la mayoría no somos todos.

 No olvides la cara B


sábado, 23 de abril de 2016

¿Quién lleva los pantalones?



“Que un jefe sea hombre o mujer no es algo que sea relevante”. Esto lo  declaró la primera fémina que alcanzó el grado de Teniente Coronel (“¿Tenienta Coronela?”) en el Ejército de España, que lucirá, por lo tanto, la estrella de ocho puntas en gorra y hombreras de su guerrera, recibiendo el tratamiento correspondiente, si todavía se estila, de Usía (“vuestra señoría”), y haciendo realidad así el mito de las amazonas de la antigüedad.

Y tiene razón la mujer (no recuerdo su nombre propio, pero tampoco viene mucho al caso: lo que dice ella podría decirlo cualquiera, y, por usar su misma expresión, "no es relevante" el autor del dicho, sino lo que dice y la razón que tenga): ya no importa el sexo biológico de quien ejerce el mando. Lo mismo da que da lo mismo que la jefatura la ejerza el macho que la hembra y viceversa. Como se dijo del reinado de los católicos reyes: “Tanto monta, monta tanto Isabel como Fernando”.



Algunos feministas ven esto como un progreso. Y tienen razón en parte: es un progreso en la historia de la dominación del hombre (incluida la mujer en el mismo saco) por el hombre. Pero no se puede hablar de un progreso en el sentido contrario y libertario, en el de la lucha del pueblo por su liberación de la sumisión que le impone el Poder establecido, en la lucha contra esos yugos que, como cantó Miguel Hernández: “…os quieren poner, / gentes de la tierra mala, / yugos que habéis de dejar, / rotos sobre sus espaldas”.

¿Es un progreso en la igualación de los sexos? Sí, pero no se trata de una igualdad equilibrada, sino de una “masculinización” de la mujer y nunca de una “feminización” del varón,  como se ve en el mundo de la moda. Que las mujeres occidentales lleven pantalones  es lo más normal del mundo en la actualidad,  porque hoy es una prenda común unisex, protagonista de cualquier guardarropa,  pero no que los varones llevemos faldas: si nos las ponemos,  recaemos en la categoría de disfrazados y travestidos.  Y es significativo  precisamente que la expresión “llevar los pantalones” sea sinónima de “mandar”. 

Amazonomaquia, friso procedente del Mausoleo de Halicarnaso


En sus inicios los pantalones  estaban destinados al uso exclusivo de los varones. Los movimientos feministas reclamaron el derecho de la mujer a vestirlos. En la década de los sesenta del siglo pasado  era ya normal ver mujeres vistiéndolos. Una profesora mía contaba que en el año glorioso de 1968 un bedel no la dejó entrar en la facultad porque llevaba vaqueros; ahora lo raro es ver una mujer que no se enfunde unos pantalones y que vista faldas.

Pero el caso es que durante toda la antigüedad grecorromana los varones llevaron faldas más cortas o más largas, según las modas, túnicas o camisetas largas, digamos para entendernos con lenguaje de  hoy, y poco o nada absolutamente debajo, por lo que conquistaron el mundo con el culo y las verijas literalmente al aire. Sin embargo ahora, salvo algunas chilabas moras, pareos asiáticos o faldas escocesas, mejor dicho, kits, los hombres y las mujeres actuales llevamos pantalones y eso no quiere decir que mandemos mucho ni los unos ni las otras, sino que somos, todos y todas, como dicen los políticos y las políticas, unos mandados y mandadas o, si se me permite la broma, unas bragazas y unos calzonazos.


Las faldas, sin embargo, son prendas cómodas, prácticas y fáciles de confeccionar, casi no llevan costuras. Tanto para las mujeres como para los varones resulta más cómodo llevar un faldón, túnica, pareo o sarong que unos pantalones. De hecho, los reyes, príncipes y sacerdotes mostraban antes con sus vestidos y sotanas cómo se podía disfrutar de la elegancia y el buen gusto a la hora de vestir.  Tanto los calzones como los pantalones, prendas bárbaras que nunca usaron griegos ni romanos, constriñen con sus costuras centrales nuestros genitales, y pueden llegar a ser un auténtico engorro a la hora de ir a hacer nuestras necesidades. Nuestras bisabuelas y tatarabuelas tampoco llevaban bragas. A ellas se debe el dicho: "A la que no está hecha a bragas, hasta las costuras le hacen llagas.". 
 
Volviendo al principio, ya no es relevante que el jefe de la tribu o del Estado Mayor del Ejército tenga testículos o no los tenga. Es indiferente el timbre masculino o femenino de la voz de mando. Eso es un progreso. Lo que nadie pone en tela de juicio, y es una grandísima lástima, es que haya jefes, sean machos o hembras, ni nadie parece cuestionar que se sigan oyendo voces de mando y siga habiendo ejércitos en este mundo, y, además, mucho más modernos que antes, cuando existía el servicio militar obligatorio, mucho más profesionales  y perniciosos, y siga habiendo, por lo tanto, guerras,  aunque ahora se disimule su existencia bajo ridículos eufemismos como "misiones humanitarias de paz" o "lucha por la democracia y los derechos humanos". Si Orwell levantara la cabeza... 

miércoles, 20 de abril de 2016

Fragmento del busto de un joven

Esto es lo que queda del busto de mármol de la cabeza de un joven del período helenístico (siglo II antes de Cristo) que vivió probablemente en la ciudad minorasiática de Pérgamo,  reliquia conservada/secuestrada en la actualidad en el Museo de Pérgamo de Berlín.


domingo, 17 de abril de 2016

Execración del reloj y el calendario



Os traigo aquí un texto en verso de hace más de dos mil años, escrito en latín, y transmitido por Aulo Gelio (Noches Áticas, III, 3, 5), formado por nueve senarios yámbicos pertenecientes a una comedia hoy perdida titulada, al parecer, La mujer beocia, atribuida a Aquilio. Comenta Aulo Gelio que el gramático Varrón consideraba, sin embargo, que estos versos eran de Plauto, aunque no se encuentran en ninguna de sus veintiuna comedias conservadas. Añadía también que si los versos no eran plautinos en sentido estricto, eran plautinísimos, es decir, muy del estilo de los de Plauto. Sólo él supo dar voz a tantos esclavos y mujeres, es decir, a tantas voces del pueblo que se reían de la seriedad austera del orden establecido, y del hecho de que hubiera esclavos para que los patricios o plebeyos creyeran que eran libres.

El monólogo es un grito de protesta que tiene la particularidad de ser una de las primeras quejas contra la imposición del reloj (en forma de cuadrante solar en este caso) sobre la vida humana, puesto en boca de alguien que se muere de hambre porque "no es hora de comer". En Roma, sobre el Foro, se cernía ya, amenazador, un reloj solar que marcaba las horas. Era un lugar público habitual de reunión como revela la expresión ad solarium uersari que quiere decir merodear por los alrededores del reloj de sol. Así dice el texto en latín:

Ut illum di perdant, primus qui horas repperit,
quique adeo primus statuit hic solarium!
Qui mihi comminuit misero articulatim diem.
Nam me puero uenter erat solarium
multo omnium istorum optumum et uerissumum:
Ubiuis monebat esse, nisi quom nil erat.
Nunc etiam quod est non estur, nisi soli lubet;
itaque adeo iam oppletum oppidum est solariis,
maior pars populi aridi reptant fame.


¡Confunda el cielo al primero que inventó las horas
y  que además  primero aquí  plantó un reloj!
Me ha roto el día, triste de mí,  en pedazos mil.
Pues de pequeño  yo, era el  vientre mi reloj
mucho mejor que todos estos y más  de fiar:
comer quería, a menos que nada hubiera, siempre.
Ahora que hay, si el sol no quiere,  no se come;
Y además ya está de relojes llena la ciudad;
casi todo el pueblo, flacos, ya se mueren de hambre.

El reloj determina las horas de forma que la hora de comer no es la hora en la que el estómago reclama su satisfacción, sino la hora que el reloj  determina a ese fin. Se ha producido una inversión: es el reloj, y no el estómago, el que impone la hora de comer, el que manda, debido a lo cual el vientre, enjuto, se muere de hambre al estar sometido al rígido dictamen del reloj.  Frente a lo que sucede ahora, cuando la ciudad se ha llenado de relojes -y más ahora mismo, en nuestros propios tiempos, diríamos nosotros, cuando no es preciso llevar un reloj porque los relojes han entrado en el ámbito más íntimo de la vida privada, y el reloj somos nosotros mismos-, el vientre recuerda tiempos mejores. Cualquier tiempo pasado fue mejor, porque en el pasado no había relojes, esos grandes dictadores, que marcaran los ritmos biológicos. Todavía el reloj (y el calendario) no habían invadido el ámbito de la subjetividad, pero ya había comenzado sin duda un largo período que aún no ha concluido.

La persistencia de la memoria o Los relojes blandos (1931) de Salvador Dalí.

Me he entretenido y divertido, por mi parte, componiendo la que podría ser la continuación de este monólogo de queja de un hombre del siglo XXI, consciente de la gravedad cada vez mayor del peso (y no del paso) del tiempo, cuyo cómputo se impone a todos y cada uno de los rincones del planeta, ajeno a los ritmos naturales y vitales, y de lo funesto que es para el disfrute de nuestra vida que nuestras actividades se acomoden a unos horarios y calendarios preestablecidos, y a un futuro, por lo tanto, y no al revés. Es decir, parece que se ha cumplido aquello de que el hombre ha sido hecho para el sábado, o sea, para obedecer al calendario que establece días de ocios y de negocios,  y no el sábado, esto es, el calendario, para el hombre, y que, debido a esa imposición, nosotros no tenemos tiempo, sino que es el tiempo el que, de hecho, nos tiene (y bien cogidos) a nosotros.


¡Maldito sea el inventor de la semana
que nos impuso su triste contabilidad,
retorno eterno de lo mismo y no lo mismo!
¡Con toda mi alma lo maldigo y aborrezco!
Me ha destrozado a mí la vida el impostor
con ese invento, porque no es verdad, porque es
mentira y gorda!   ¡No hay un ciclo natural
de siete días, como el sol y la luna, el mes,
las estaciones o año! Sin embargo, siempre
tras el domingo vuelve el lunes, y vuelve así
la misma rueda de la historia a comenzar
como si fuera lo más normal del mundo. Y no,
no debería ser así. Si no es verdad
como el otoño o la primavera o el verano
o el invierno, como el Sol que trae y lleva el día,
o la Luna ya menguante o nueva o ya creciente
o llena allá en el firmamento, ¿cómo es que hay
semanas en el calendario y días negros
y otros rojos? Dicen que su origen se halla
en el cuento veterotestamentario aquél
del Génesis que abre la sacrosanta Biblia
de que Dios creó el tinglado de este mundo en seis
jornadas, y al séptimo día descansó el Señor
y estableció, sabático, el Sabat, cayendo
en flagrante contradicción y en un contrasentido,
pues ¿cómo es que había números y días
antes de que Él creara el mundo? ¿Es la semana
anterior al mundo? ¿A quiénes engañar pretenden
con el viejo cuento hebreo? ¿Quien habrá que no haya
sufrido en carne propia la rutina atroz
de un lunes?¿Quién no ha deseado que llegue el fin
de la semana toda y de todas las semanas
absolutamente, y no ha sentido la alegría
y la tristeza, ambas caras de una misma
moneda, de una larga tarde de domingo,
que anuncia el fin de fiesta y la reiteración
del  mismo ciclo  y círculo vicioso que
 convierte nuestra vida en un futuro y muerte?
 ¡Sea, pues, maldito, y que los dioses lo confundan,
el  que por decreto la semana estableció
en el trescientos veinte y uno, triste año,
después de Cristo! ¡Sea Constantino el Grande,
aquel emperador romano que recibió
las aguas del bautismo antes de su muerte,
execrado, pues, y el calendario laboral
de días negros y días rojos, que él impuso
consagrando el día del Sol o del domingo al ocio,
maldito sea y condenado al ostracismo!
Lo que más deseo ahora yo, es el verdadero
y auténtico week-end que ponga fin al ciclo
eterno y pare el curso de nuestra historia, el fin
definitivo de la semana y las semanas.
¡Que no haya más relojes ni haya calendarios
que cronometren nuestro tiempo y nuestras vidas!




viernes, 15 de abril de 2016

Toma este vals / Pequeño vals vienés



En primer lugar, el tema original del maestro Leonard Cohen, quien  puso música en 1988 al Pequeño vals vienés de nuestro Federico García Lorca, y lo cantaba así en inglés: Take this waltz.


Y en segundo lugar -last but not least-  la voz de Silvia Pérez Cruz,  de una  exquisita sensibilidad que eriza la piel, pone los vellos como escarpias y hiere en el alma por la belleza de su desgarro,  interpretando su particular  versión de este vals, en la que destaca también la guitarra de Raúl Fernández, no menos desgarrada, electrizante y lírica.