miércoles, 1 de junio de 2016

No day shall erase you from the memory of time

    Allí donde se alzaban las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York han abierto el Memorial Museum del 9/11, o sea, del 11/9, ya que nosotros citamos las fechas al revés, en primer lugar el día y después el mes, es decir, el museo del 11 de septiembre (del año 2001). En la llamada Zona Cero, en el hueco donde se erguían los dos rascacielos iguales, han colocado unas placas de bronce negro con los nombres grabados de las casi tres mil víctimas de los atentados.

    Dentro ya del museo puede leerse la siguiente cita de Virgilio en la lengua del Imperio: NO DAY SHALL ERASE YOU FROM THE MEMORY OF TIME: Ningún día os borrará de la memoria del tiempo.


    Me preguntaba yo de dónde habrían sacado ese verso virgiliano, hasta que recordé un pasaje muy célebre del canto noveno de la Eneida, donde dos héroes troyanos, Niso y Euríalo, deciden combatir por su cuenta durante la noche contra los enemigos rútulos.

    Niso, movido por el deseo de emprender una acción ilustre que glorifique y dé un sentido heroico a su vida, le revela a Euríalo su plan de atravesar las líneas contrarias. Los enemigos, borrachos y dormidos, habían bajado la guardia. El joven Euríalo le dice que no lo dejará solo en su arriesgada empresa. Pero Niso no quiere exponer a su joven amigo a tanto riesgo: en caso de morir él, quiere que su compañero le sobreviva. Sin embargo, Euríalo no va a cambiar de parecer.

    Ambos, en la noche, atraviesan el campamento enemigo, matando a todos los que encuentran a su paso. A la llegada del alba, cuando estaban a punto de partir victoriosos con sus despojos, son descubiertos por el resplandor de un casco arrebatado como botín. Los dos se apresuran en su huida. Una patrulla de jinetes, sin embargo, cierra las salidas. Niso logra escapar. Su joven amigo se queda atrás. Niso vuelve sobre sus pasos en su busca. Ve que su compañero dispara su lanza y atraviesa a uno de los enemigos. Otro de ellos desenvaina su espada amenazante.

    Niso sale de la maleza donde se ocultaba y grita: ¡Matadme a mí en vez de a él! El muchacho no tiene la culpa. Yo lo he arrastrado hasta aquí. El único delito de Euríalo es haber querido demasiado a su amigo infeliz.. La espada desnuda y ciega del enemigo no duda a la hora de encontrar su objetivo: se clava traspasando las costillas del blanco pecho adolescente de Euríalo. 

Va hacia la muerte Euríalo, y por sus miembros hermosos
corre la sangre, y su frente se rinde, abatida, en el hombro 
como la vívida flor cuando reja de arado la troncha 
se aja y se muere, o la adormidera, doblado su cuello, 
al agobiarse de lluvia tal vez, agachó su cabeza. 

    Niso, fuera de sí, busca al asesino de su amigo muerto en la flor de la edad, y le hunde la espada en la boca. Pero herido al fin él mismo, cae sobre el cuerpo exánime de su compañero y descansa allí por fin en una plácida muerte. Algunos lectores ven en este relato una amistad varonil muy fuerte, muy sentimental pero muy casta entre ambos héroes; sin embargo, el propio Virgilio no deja lugar a muchas dudas. Se trata de algo más que eso: “his amor unus erat”; es decir, para ellos -es lo que las gramáticas llaman un dativo posesivo- había un único amor, o lo que es lo mismo, tenían un único amor, un amor que los unía. 

    Hay, además, una diferencia de edad considerable. Euríalo no ha afeitado todavía su rostro intonso. Apenas sombreado por la primera pelusa de la adolescencia, no es más que un efebo imberbe. Virgilio destaca, además, su extraordinaria belleza (Euryalus, quo pulchrior alter non fuit Aeneadum: que quiere decir algo así como: Euríalo, más hermoso que el cual no hubo ninguno entre los hombres de Eneas). El uno será insigne por su hermosura y lozana juventud; el otro, por su piadoso cariño al mancebo, puer en latín.

    Niso será el erasta o amante o más propiamente pederasta -no tengamos miedo a las palabras a la hora de llamar a las cosas por su nombre- y Euríalo, el erómeno o amado. Tanto el pederasta como el erómeno están bajo la benévola mirada de Eros, que es un dios, lo mismo que el amante y el amado están bajo la protección de las alas del ángel del amor.

 Fortunati ambo! Si quid mea carmina possunt,
nulla dies umquam memori uos eximet aeuo.

    "Fortunati ambo!" Clama Virgilio: Es decir: afortunados los dos amantes. ¿Por qué los considera el poeta afortunados? Sin duda porque han encontrado la muerte el uno en brazos del otro simultáneamente, una muerte, además, heroica que hará que su fama sobreviva a través de los siglos gracias a los versos inmortales del poeta mientras exista Roma, la ciudad eterna que ellos ayudarán con su muerte a fundar.

    ¡Afortunados los dos! Si pueden algo mis versos, ni un día va a borraros jamás del recuerdo del tiempo. Este último es precisamente el verso virgiliano que se cita en inglés en el Memorial Museum del once de septiembre, el 447 del libro noveno de la Eneida: nulla dies umquam memori uos eximet aeuo: Ni un día va a borraros jamás del tiempo que guarda memoria, que recuerda -eso es lo que quiere decir el adjetivo memori de difícil traducción-; o dicho con otras palabras:  día no va a borraros jamás del vivo recuerdo. 

Niso y Euríalo, Jean-Baptiste Roman, (museo del Louvre, París).

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