miércoles, 23 de noviembre de 2016

A propósito de Antígona

Nos recuerda Unamuno en el prólogo de La tía Tula (un prólogo, dice él, que se pueden saltar los que van a leer la novela, pero que a nosotros nos interesa ahora a otro propósito)  que las palabras paternal y paternidad derivan de pater, padre, y maternal y maternidad, de mater, madre, y no es lo mismo, ni mucho menos, lo paternal que lo maternal, ni la paternidad que la maternidad, como es bien sabido. Añado yo por mi parte que tampoco es lo mismo el patrimonio (lo propio del padre: la propiedad y el dominio) que el matrimonio (lo propio de la madre, la crianza de los hijos).

El caso es que le extrañaba a Don Miguel que junto a fraternal y fraternidad, de frater, hermano, no tengamos *sororal y *sororidad, de soror, hermana. Comenta Unamuno que la palabra inexistente *sororidad no equivaldría exactamente a fraternidad. Tanto las palabras latinas frater como soror se han visto sustituidas en castellano por germanus y germana, que en principio era un adjetivo, relacionado con el sustantivo germen, que significaba “del mismo origen”, de forma que cuando se decía en latín frater germanus o soror germana quería decir “hermano o hermana de padre y madre, del mismo origen germinal”. El sustantivo acabó omitiéndose y el adjetivo ocupando su puesto, como ha pasado tantas otras veces (pensad por ejemplo en frases como: se fumó un (cigarro) puro; amaba mucho la (tierra) patria; todas las mañanas bebe un (vino) blanco, etc). De los adjetivos sustantivados germanus y germana procede nuestro léxico familiar hermano y hermana, quedando relegados frater y soror al ámbito monástico religioso, pues de ahí, en efecto, proceden fraile (apocopado en fray) y sor. Y de ahí hermandad, palabra que no distingue ya de sexos. Pero no es lo mismo la hermandad que la fraternidad, tampoco. Y esta última no es lo mismo que la *sororidad, que decía don Miguel. Si hermandad y fraternidad no distinguen de sexos, *sororidad introduce el componente femenino, lo que hace a su vez que fraternidad, que en principio era ajena a la distinción sexual, neutra, se polarice a su vez como masculina.  

Le extrañaba en efecto a Unamuno que no dispusiéramos de la palabra, por lo que él se apresuró a inventarla, dado que teníamos un ejemplo ilustre de *sororidad en el personaje del que pasamos a ocuparnos, Antígona, esa “santa del paganismo helénico, la hija de Edipo, que sufrió martirio por amor a su hermano Polinices, y por confesar su fe de que las leyes eternas de la conciencia, las que rigen en el eterno mundo de los muertos, en el mundo de la inmortalidad, no son las que forjan los déspotas y tiranos de la tierra, como era Creonte”. Destaca en este párrafo el uso que hace Unamuno de vocabulario cristiano para aplicárselo a Antígona: “santa”, “martirio” y “fe”. No debería extrañarnos tanto cuando una de las proclamaciones más célebres de Antígona, que según ella justifica su actuación contraria al real decreto dictado por el tirano, es el verso 523: Yo no he nacido a fin de odiar, sino de amar, lo que constituye una proclamación cristiana de amor universal avant la lettre. La réplica que le da Creonte es muy significativa: Al ir abajo, ama a esos, si hay que amar; / mas, vivo yo, no va a mandarme una mujer. Creonte también acusa de virilidad a Antígona, y proclama que él no va a dejarse gobernar por una mujer. 

 Antígona frente al cadáver de Polinices, Nikifóros Lytras (1865)

En la tragedia de Sófocles Creonte acusa a su sobrina Antígona de haber faltado a la ley, es decir, a su mandato regio, rindiendo servicio fúnebre a su hermano, el fratricida, y ella le habla del poder igualador de la muerte. Creonte no comprende cómo se ha atrevido a rendir honras fúnebres al hermano que ha asolado Tebas lo mismo que al que la ha defendido (Eteocles). Ambos son hermanos carnales de Antígona, sólo que a ojos de Creonte uno es un héroe y el otro un villano despreciable que no merece ni siquiera las mínimas honras fúnebres. Antígona le dice que en el otro mundo hay igualdad ante la ley, y que lo que en este hace a unos héroes y a otros villanos quizá no sea válido allá abajo.

Antígona aparece, según don Miguel, ante los ciudadanos de Tebas y de su tío Creonte como una heroína anarquista. Quizá descubrió la ley eterna porque ella era hermana carnal de su propio padre Edipo, con el que había ejercido oficio de *sororidad también. El acto *sororio de Antígona, dando tierra al cadáver insepulto de su hermano, era un acto anarquista, como bien comprende Creonte, por lo que no tiene empacho en proclamar: ¡Más grande no hay que la anarquía mal ninguno! (Antígona, verso 672)

Para don Miguel de Unamuno Antígona “representa acaso la domesticidad religiosa, la religión doméstica, la del hogar, frente a la civilidad política y tiránica, a la tiranía civil, y acaso también la domesticación frente a la civilización”. Se oponen aquí lo doméstico, es decir el ámbito de la familia y del parentesco, que sería propiamente lo femenino,  a lo civil, a lo político y estatal, que es lo masculino. Y se pregunta Unamuno: “Aunque ¿es posible civilizarse sin haberse domesticado antes? ¿Caben civilidad y civilización donde no tienen como cimientos domesticidad y domesticación? Hablamos de patrias y sobre ellas de fraternidad universal, pero no es una sutileza lingüística el sostener que no pueden prosperar sino sobre matrias y sororidad.

 Antígona echa tierra sobre el cadáver de su hermano Polinices, Jules-Eugène Lenepveu (1835-98)

Vuelve aquí Unamuno a (re)inventar un neologismo: *matria, a imagen y semejanza de patria. Si la patria es la tierra del padre configurada como unidad política, la *matria sería no la tierra de la madre en un supuesto matriarcado, sino la madre tierra sobre la que el padre ejerce su soberanía en esta nuestra sociedad patriarcal, la única que hay, convirtiéndola en su patrimonio, en una patria, en un Estado: la matria sería la materia sobre la que se establece la patria, el dominio masculino.

Prosigue la reflexión unamuniana con una comparación entre la sociedad humana y el mundo de las abejas: “Y habrá barbarie de guerras devastadoras, y otros estragos, mientras sean los zánganos, que revolotean en torno de la reina para fecundar y devorar la miel que no hicieron, los que rijan las colmenas”.

Y concluye afirmando que también hay "abejos" y "zánganas", es decir, que la adscripción de lo femenino (maternidad, sororidad, matria, matrimonio...) a las mujeres y de lo masculino (paternidad, fraternidad, patria, patrimonio...) a los varones no es una característica sexual biológica, digamos, sino que todos, varones y mujeres, tenemos algo de Marte y algo de Venus: lo marcial se funda sobre la represión de lo venéreo.
  

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