viernes, 11 de noviembre de 2016

"Homo tontolculus"


A propósito de la viñeta de Forges sobre la evolución del pithecanthropus erectus,  que se ha convertido en “homotontolculus”, el último homínido de la era virtual y tecnológicamente emprendedora (que no aprendedora), que camina hacia atrás, móvil en ristre como su único instrumento prensil (y en España hay ya más celulares que españoles, dicho sea entre paréntesis),  vamos a entretenernos aquí un poco con el origen de la palabra “tonto” precisamente. ¿De dónde procede?

Su etimología es muy discutida. Para algunos, vendría del latín attónitum, participio de attonare, verbo formado a su vez por el prefijo  ad- y el verbo tonare “atronar”, que en principio significaría “tronado, tocado por el trueno o herido por el rayo”, lo que, si no es verdad, parece a simple vista bastante ingenioso.

Lo que está claro y no discute nadie es que el término evoluciona por la vía culta o, lo que es lo mismo, bajo la influencia conservadora de la lengua escrita, a “atónito” en castellano, que la RAE define  como  “pasmado o espantado de un objeto o suceso raro”. Esto sucede una vez que cae bien pronto la –m del acusativo,  y que la u  final se abre en o (muy pocas palabras como espíritu, ímpetu o tribu conservaron esta u en fin de palabra), y que la t geminada se simplifica, del siguiente modo:  ATTÓNITU(M)> ATTÓNITO> ATÓNITO. 

Hasta aquí no hay objeción, y todo el mundo está de acuerdo. Según los partidarios de la ingeniosa etimología, el cultismo “atónito” por la vía popular o vulgar sufriría, al ser palabra esdrújula, la síncopa temprana de la “i”, y la pérdida de la a- inicial átona, fenómeno no muy generalizado, pero que le sucedió también, por ejemplo, a la palabra “amorem”, que conservamos restituida como “amor” pero que por la vía popular derivó a “mor”, en la expresión algo ya obsoleta: “por mor de”, es decir “por amor de”. La evolución que proponen los partidarios de esta ingeniosa  teoría sería: ATÓNITO> ATONTO > TONTO. 

Son tres las objeciones que se le pueden achacar:

-Primera: La palabra “tonto” no está atestiguada en castellano hasta 1570, una fecha bastante tardía para una término de uso tan común. Sólo tiene poco más de cuatrocientos años reconocidos de existencia. A partir de ahí, aparecen recurrentemente sus numerosos compuestos tontería, tontear, tontuelo, atontamiento, tontaina y demás, pero antes de esa fecha no hay rastro en ningún documento escrito.  

-Segunda:  La sonorización de las oclusivas sordas intervocálicas se produjo históricamente antes de la síncopa de las vocales átonas en interior de palabra; es decir que el paso *atónido es previo a la pérdida de la /i/,  por lo que sería muy extraño que  la /i/ se hubiera perdido antes y mantenido la /t/, como argumentan los defensores de la ingeniosa pero peregrina teoría.

-Tercera y más grave objeción: la evolución de la o breve acentuada de “attónitum” es, como se sabe, el diptongo ue en castellano. Es decir, suponiendo que se hubiera perdido la a- inicial átona, la evolución esperada de (at)tónitu(m) al castellano, tendría que haber sido tónito>tónido>tondo>*tuendo, que no está documentada. 

Pero lo más curioso es que, de hecho, esa a- inicial no se ha perdido, y la evolución de ATÓNITO prosiguió a ATÓNIDO > ATONDO > ATUENDO.  Por muy extraño que parezca, la palabra “ATUENDO” procede de “atónito”, y es por lo tanto el término patrimonial, atestiguado como está a partir de 1019 bajo la forma no diptongada todavía “atondo”, del doblete correspondiente al cultismo "atónito". La RAE define “atuendo” como “aparato, ostentación, atavío y vestido”. La deriva semántica de este término, que pasa de adjetivo a sustantivo, y de significar “pasmado, aturdido” a “vestimenta” se debe a la pompa, fausto o aparato estruendoso que ostentaba la majestad real, que se extendió al ajuar y al mobiliario que acompañaba al monarca en sus viajes, y que causaba estupor y asombro, y que dejaba atónito –herido o deslumbrado por un rayo, asombrado-  a todo el mundo, tanto a cortesanos como a plebeyos,  a la vista de la parafernalia estrepitosa y escandalosa del rey. De ahí pasó a designar a los avíos más modestos con los que cubrimos nuestra desnudez los súbditos del soberano. 

Lo que nos trae, sin querer a la memoria, el cuento aquel de "El traje nuevo del emperador" de Hans Christian Andersen, más conocido como "El rey desnudo", cuya moraleja es que no tiene por qué ser verdad aquello que todo el mundo cree que lo es, o que la verdad no depende de la opinión de la mayoría democrática. Sólo un niño se atrevió a decir lo que todos veían y nadie osaba proclamar: "El emperador está desnudo". El nuevo atuendo del rey era, francamente, ridículo y brillaba por su ausencia.
¿Cómo explicamos, entonces, el origen de la palabra “tonto”, si desechamos la procedencia de “atónito” y no encontramos en latín nada que se le parezca ni mucho ni poco de donde pudiera proceder? 

Para el maestro Corominas, y esta parece la teoría más plausible hasta la fecha, la palabra “tonto” sería una creación  expresiva o imitativa, de origen onomatopéyico, que se ha producido en varias lenguas, y que puede relacionarse con "bobo". Las personas con problemas de entendimiento o comprensión suelen hablar balbuceando; si repetimos la sílaba "bo", resulta bobo, creamos una onomatopeya, es decir, hacemos una palabra que imita la forma de hablar de la persona a la que alude, como los niños cuando dicen el "guauguau" en lugar de "perro". Se repetiría la sílaba "to": toto reforzando la pronunciación con un infijo nasal /n/: de donde saldría "tonto" o, más usual en hispanoamérica, "zonzo" (reforzando la sílaba "zo"). 

Este procedimiento de creación de palabras expresivas es muy frecuente en el lenguaje infantil, como demuestran los ejemplos papa, mama, caca, tete, tata, titi, coco, nana, nene, y un largo etcétera. De similar origen que la palabra "tonto" sería “tuntún”. En la expresión “al tuntún”, voz creada con la repetición de la sílaba tun tun, se sugiere que se hacen las cosas de golpe, sin plan ni concierto, “a tontas y a locas”.  La repetición de la consonante y la vocal evoca la idea de insistencia necia, es la imitación de un balbuceo o intento de decir algo que no tiene sentido, como los casos paralelos que cita Corominas de chocho, bobo, lelo, soso, fofo, memo y, especialmente, zonzo, que como hemos dicho, se usa en hispanoamérica como sinónimo de tonto.

Parece que la palabra "tonto" surgió en Italia, siendo una creación del italiano moderno y no del latín,  y de ahí se extendió a España y Portugal, por lo que resulta ajena a otros ámbitos del romance como al francés y al rumano.

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