miércoles, 22 de marzo de 2017

Elogio del estudio del latín y otros saberes inútiles

Paseando un día por la feria del libro viejo y de ocasión, di con un librito publicado en Barcelona en 1952 por la editorial Gustavo Gili que me llamó enseguida la atención. Se titulaba "Latinorum. Guía práctica para los padres cuyos hijos estudian latín", firmado por un  italiano,   Michele Fornaciari, del que no tenía ninguna referencia.  Lo hojeé y decidí comprármelo enseguida. A fin de cuentas sólo costaba 6 euros, eran 225 páginas y estaban encuadernadas con tapa dura. La primera edición en la lengua de Boccaccio databa de 1947. La traducción me pareció, a simple vista,  bastante buena, debida a Claudio Matons Rossi. Sin conocer el original y leyendo algún párrafo,  me daba la sensación de que había sido escrito originalmente en castellano. Era una traducción que, a simple vista,  no parecía una traducción, que es lo mejor que se puede decir de una traducción. El tema, además, me interesaba, como profesor de lenguas clásicas.

Lo leí casi de un tirón con mucho agrado. Detrás del nombre de Michele Fornaciari, un pseudónimo, no se encuentra ningún rancio catedrático de latín o casposo dómine  a la vieja usanza aferrado a la defensa de sus garbanzos, sino  un periodista italiano llamado Giovanni Ansaldo (1895-1969), cuyo elogio del latín y de las humanidades es desinteresado y no  corporativista.
 
Sobre el autor averigüé que, además de periodista,  fue uno de los firmantes del Manifiesto de los Intelectuales Antifascistas de Benedetto Crocce en 1925. Trabajó en varios periódicos italianos. Coqueteó con el fascismo. Fue hecho prisionero por los alemanes. Acabada la guerra, volvió a Italia donde fue juzgado y condenado por su colaboración con el régimen de Mussolini, pues había sido una de las voces radiofónicas más populares. Se benefició de una amnistía política y se retiró al "jardín de literatura y delicias" de su vida privada. Publicó varios libros y novelas con su nombre propio Giovanni Ansaldo, y con los pseudónimos Willy Farnese y  Michele Fornaciari.

Su libro es mucho más de lo que promete en el subtítulo, es toda una apología del estudio del latín y de las humanidades.  Entresaco y comento algunas citas. Los subrayados en negrita son míos.

"De todas las definiciones que hemos leído de la cultura, la más aguda, la más pertinente, la que nos ha causado mayor impresión es de Édouard Herriot, el conocido político francés -pero tal vez, más que suya, exhumada por él- que dice: "Cultura es lo que queda en la mente del hombre después de haber olvidado todo lo que ha aprendido".  Muy buena definición: el poso del olvido del aprendizaje. (Página 9 de la edición citada). 
"El hecho de haber transcurrido largos años de juventud en el estudio del latín, es decir, en un estudio no dirigido hacia ninguna utilización inmediata, no contaminada, diríamos, por ningún cálculo de lucro, deja surcos profundos en el alma. Hace comprender que el criterio de utilidad, el criterio de "servir para algo", no es un criterio absoluto, al que haya que subordinarlo todo: y que, por el contrario, la belleza y la nobleza de la vida están en lo que se hace desinteresadamente, no ya con miras a una ventaja o a un provecho" (económicos,  añadiría yo, aunque cuando se dice "desinteresadamente" se sobreentiende que sin ánimo de lucrarse; ya sabemos que el interés consiste en el capital por el rédito por el tiempo partido de 100). Hace comprender que la sociedad humana no es solamente una organización para producir cantidades siempre mayores de riquezas materiales y que el hombre no puede reducirse a la función de un simple factor de producción, a una "unidad" utilizable en el proceso productivo." (Páginas 10 y 11).

"La vocación por el estudio en general y los estudios clásicos en particular no pueden tenerla los niños a los nueve o diez años: los que deben tenerla son los padres" (Página 30).

Y más adelante (página 54): "El muchacho no estudia latín porque haya de servirle para algo; lo estudia para disciplinar su propio cerebro, para entrenarse a razonar, para hacerse dueño de un instrumento intelectual que le ponga en condiciones de adquirir otros conocimientos de carácter práctico. El verdadero objeto del estudio del latín está más allá del latín: es un hábito mental que el muchacho adquiere durante los años del Bachillerato. Una vez alcanzado, más o menos, este hábito, el latín puede incluso ser olvidado, sin que se haya perdido su valor inicial."

En la portada de toda gramática latina podría ponerse como subtítulo: "Manual práctico para aprender a pensar".  (En la página 124) El problema es que a nuestros gobernantes no les interesa que nuestros alumnos, futuros votantes y contribuyentes piensen, no vaya a ser que un buen día decidan dejar de contribuir y de votar. O,  dicho de otro modo, no les interesa el libre pensamiento, sino, en todo caso, que se piense lo que está mandado:  no pensar en absoluto.


Más adelante, en el capítulo "De la gramática a la poesía", propone el autor una frase latina como ejercicio de análisis sintáctico y traducción y a la vez como introducción al mundo antiguo.  Un alumno la lee en voz alta (restituyo la grafía y pronunciación clásicas): "Socratem, innocentissimum uirum, iniusti iudices, accusauistis et capite damnauistis". El profesor pregunta: ¿Dónde está el sujeto? Toda la clase busca infructuosamente el sujeto. No es "Socratem", como podría parecer a primera vista a algún desprevenido, aunque sea la primera palabra de la frase y sea, además, un nombre propio y sonoro que se escribe siempre con inicial mayúscula y que suena a personaje importante, porque no está en el caso del sujeto, que es el nominativo que suele acabar en -S, como en "Socrates omnium hominum sapientissimus fuit" o en "Socrates damnatus est quod iuuentutem corrumperet" (mejor que corrumpebat).

¿Dónde está, pues, el sujeto? No se encuentra. El  presunto nominativo "iniusti iudices", los jueces injustos,  pone a más de uno sobre una falsa pista... Al fin, se levanta una voz y dice: "El sujeto está omitido". "Naturalmente, ¡el sujeto está omitido! Y ¿qué hacemos cuando no encontramos un nominativo que indique la función de sujeto? Nos fijamos en el verbo y lo analizamos, es decir, lo descomponemos.  Y aquí hay dos verbos: accusauistis y damnauistis. Segunda persona del plural. La desinencia -istis la conservamos en castellano bajo la forma -asteis/-isteis. Se sobreentiende vosotros: vosotros acusasteis, vosotros condenasteis. Vosotros, pues, vosotros mismos sois el sujeto que buscábamos. Y vosotros sois ahora los jueces injustos que habéis acusado a Sócrates, que era el hombre más sabio de todos los hombres porque era consciente de su vasta ignorancia, de corromper a la juventud con su sabiduría, y lo habéis condenado a la pena capital que consiste en beber el veneno letal de la cicuta, hecho histórico que se produjo en el año 399 antes de Cristo en la Atenas democrática de Pericles.   
 
Una vez encontrado el sujeto, podemos proceder a la traducción de la frase, lo que ampliará el bagaje de vocabulario, por lo general precario, que suelen traer nuestros alumnos. La traducción podría ser algo así como: Vosotros, jueces injustos, acusasteis y condenasteis a muerte a Sócrates, un hombre completamente inocente. 

Son muchas las incursiones etimológicas que a propósito de esta frase se pueden hacer para ampliar o comprender mejor el vocabulario castellano: el prefijo negativo in- que vemos en in-nocent-issimum, completamente inocente,  y en in-iust-issimi, completamente injustos; la raíz noc, que encontramos en noc-ivo, in-noc-uo, i-noc-ente, y modificada la vocal en i en per-nic-ioso (muy dañino); la raíz uir-, varón, que encontramos en  vir-il, vir-ilidad, trium-vir-ato, pero también en vir-tud, vir-tuoso, vir-tual, ya que el significado primero de virtus era "hombría, valor, valentía", y nos sorprendería encontrar esta misma raíz en el latinismo "vis cómica o tragica" (fuerza dramática) y en la palabra vi-olencia, y el verbo vi-olar, como si la etimología latina de la palabra quisiera sugerirnos que lo propio del "vir" es por el lado positivo la "virtus", que se convertirá con el paso del tiempo en la virtud cristiana,  pero por el negativo la "violentia"; la raíz   ius-t-, que encontramos en justicia, injusticia, y modificada en iur- en jur-ídico, jur-ista, pero también, con ligeras variaciones que no vienen ahora al caso,  en juez, judicial, juicio, prejuicio y perjuicio, y la larga familia de verbos judiciales como adjudicar, perjudicar, juzgar, jurar, abjurar, conjurar, perjurar;  la raíz damn-, que es el origen de nuestro daño, y de los cultismos damnificar, indemne, indemnizar...; la raíz capit-, nombre de la cabeza, que conservamos en el latinismo "per cápita", pero también en los cultismos capit-al, de-capit-ar, capit-el, capit-án,  capít-ulo... 
 
Pero no vamos a hacer simplemente en clase un juego lógico de análisis gramatical, traducción y etimología, que ya es bastante, vamos, además, a hablar de Sócrates,  víctima del régimen político democrático ateniense, filósofo que no escribió ninguna palabra (y no porque fuera analfabeto, sino porque la escritura era la tumba del pensamiento y la lengua y la palabra vivas),  y que fue considerado por el oráculo de Delfos el hombre más sabio del mundo. ¿Por qué lo condenaron a muerte entonces sus conciudadanos, a él que ni siquiera cobraba por sus enseñanzas -en realidad desenseñanzas-, que impartía gratuitamente a diferencia de los sofistas? ¿Por qué lo condenamos nosotros, convirtiéndonos en un jurado popular y votando individualmente y tomando una decisión por mayoría sobre la minoría que lo consideraba, no sin razón, inocente? ¿Por qué se impone siempre la mayoría sobre la minoría? 

Claro está que se puede entrar en ese mundo de la cultura clásica sin estudiar latín y sin analizar y traducir una sola frase, y mucha gente lo hace, pero nosotros hemos entrado a través de la lengua y del ejercicio de razonamiento que nos ha  propuesto. Hemos entrado en el mundo de la cultura clásica por la puerta grande.

En estos tiempos que corren, concluyo yo con esta reflexión, hay muchos, demasiados emprendedores. Se habla mucho de potenciar el espíritu emprendedor de los alumnos. Algunos papanatas utilizan incluso un horrible palabro, feo como él solo: "emprendizaje", a imagen y semejanza de "aprendizaje". Y regurgitan sin sonrojarse cosas como que hay que "fomentar el emprendizaje (sic) del alumnado (resic)".  Y nos olvidamos, se olvidan,  de que deberíamos procurar que hubiera más "aprendedores", que es lo que debería haber, aprendizaje de verdad.  Y es que el aprendizaje no deja de  ser, voy a inventar ahora yo un palabro de esos, un "desprendizaje", el poso del olvido del aprendizaje, un desprenderse de todas las ideas recibidas y ciegamente admitidas que tenemos y que como rémoras impiden la marcha libre del razonamiento y pensamiento.

2 comentarios:

  1. Creo que el mejor comentario es "Sin comentarios", Guillermo. Un saludo.

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    1. Gracias, Severina, y encantado de verte por aquí. Un saludo y mis mejores recuerdos.

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