viernes, 30 de junio de 2017

¡Manda uebos!

El título de esta entrada no es una expresión malsonante ni contiene faltas de ortografía de grueso calibre como pudiera parecer a primera y simple vista. Es una expresión recogida en el diccionario de la Real Academia Española, aunque desusada. Se trata de un arcaísmo, sí, pero que, empleado en situaciones que son desgraciadamente de una actualidad muy rabiosa, como suele decirse, sirve para constatar una realidad.

Si hacemos el análisis sintáctico, aplicando las viejas artes de la gramática que nos enseñaban en la escuela,  resulta que "uebos" es el sujeto de la frase. Si procedemos ahora a analizar morfológicamente el término,  resulta que no es  un sustantivo plural, sino singular, como se ve en la expresión latina de la que procede: mandat opus, que significa que la necesidad, es decir, la realidad o, si se quiere, la "práctica", la “obra” obliga.  Tampoco, huelga decirlo, es una expresión sexista ni políticamente incorrecta, contra lo que pudiera parecer, pues no hay ninguna alusión a los órganos genitales ni al sexo por ningún lado. 


La evolución de la palabra es muy sencilla:  OPUS conserva la /s/ final, que no es marca de plural (porque ha evolucionado como Dios, que también acaba en /s/ y resulta que es singular, como bien saben los monoteístas que dicen que Dios sólo hay uno y verdadero llámese Dios, Alá o Jehová, y que para el plural hay que añadir –es: dioses), la /u/ se abre en /o/ > opos; la /p/ intervocálica se sonoriza y se convierte en /b/: obos, y finalmente la o breve y tónica diptonga en /ue/: uebos.  Si queremos escribirlo de una manera más fonética y acorde con la pronunciación, podríamos hacerlo así: güebos: manda güebos. 

La palabra es castellana vieja. Aparece varias veces en el primer monumento de la literatura española que ha llegado a nosotros, el Cantar de Mío Cid. En el cantar primero, por ejemplo, que trata del destierro del Cid, en el trato de Martín Antolín con los judíos: Nos uebos avemos en todo de ganar algo, que quiere decir: “nosotros tenemos la necesidad en todo de ganar algo”. Es muy frecuente la forma “por uebos”, es decir, por obligación, porque como dice la gente, a la fuerza obligan y ahorcan. 

El problema es que mucha gente no entiende ya esta expresión en su sentido originario y cree que contiene una alusión sexual metafórica, y hay quienes llegan incluso a decir que hay que hacer algo “por cojones”, lo cual sí es una grosería malsonante, e incluso, algunas feministas contraatacan esta expresión que tildan de machista,   diciendo “por ovarios” para contrarrestar. Pero nada de eso está en el origen, aunque la confusión resulte no poco significativa.

Fotografía del tablón de anuncios tomada con el móvil  (29-06-2017)
Se me ocurrían estas disquisiciones filológicas a propósito de la resolución del Consejo Escolar del Instituto que ha decidido que para que se constituya el grupo de primero de Bachillerato Internacional de Humanidades y C. Sociales el próximo curso tiene que haber NUEVE (sic, en mayúsculas, subrayado y en negrita para más inri) alumnos matriculados, y resulta que hay solo cinco preinscritos (admitidos, como allí se dice; no matriculados porque aún  no se ha abierto el plazo de matrícula).  Pero ¿cómo van a matricularse los cinco preinscritos si la resolución del consejo está disuadiéndolos de hacerlo ya que faltan cuatro para que sumen nueve y pueda constituirse grupo? 

Es una lástima que la resolución del Consejo Escolar del Centro haya puesto ese límite, que no viene determinado desde arriba, de las altas instancias del Ministerio, de donde no suele caernos nada bueno, sino que ha surgido del propio órgano de gobierno colegiado del Centro en el que están representados, supuestamente, todos los miembros de la comunidad educativa (profesores, padres, alumnos y personal no docente), bueno, todos obviamente no, digamos que la mayoría,  nunca todos. El fetiche en el que se fundamenta la moderna democracia es doble:  por un lado porque nuestros supuestos representantes "no nos representan", dada la imposibilidad metafísica de la representación, y, por otra parte, por la pretensión de hacer pasar la voluntad de la mayoría por la de todos en detrimento de la, como diría Juan Ramón Jiménez, inmensa minoría.



Los representantes del colectivo más numeroso, que es el del alumnado no asistieron, por lo que los alumnos, principales afectados de una resolución como esta, no estuvieron representados ni físicamente siquiera presentes en la toma de esa decisión. Asistieron algunos, que no todos los representantes de otros colectivos, pero eso no quiere decir que expresaran tampoco la opinión de sus representados, ajenos a la decisión que allí se tomaba, que no se les había consultado previamente. El representante no sabe hasta ese momento lo que va a decidir, por lo que no puede consultar a sus representados, para lo que debería convocar previamente una asamblea… Por otro lado, la correlación de fuerzas en dicho órgano de gobierno no es proporcional al número de integrantes del colectivo, ya que el más numeroso, que es el del alumnado, está infrarepresentado cuantitativamente, por lo que no se cumple el principio fundacional de la democracia de que una persona es un voto.


¿Qué criterios han seguido además para establecer que ese límite sea  precisamente nueve y no otro? Es un misterio inescrutable.  En todo caso es una lástima porque elimina una opción, en lugar de mantenerla y salvaguardarla, habida cuenta de su carácter minoritario. Pero ya se sabe lo que reza el refrán:  donde hay patrón no manda marinero. Y añado yo: manda uebos.

miércoles, 28 de junio de 2017

¿Galgos o podencos?

Es conocida la vieja fábula de don Tomás de Iriarte (1750-1791) titulada "Los dos conejos". No reproduzco aquí la versión original, sino esta otra más moderna en la que se han sustituido los conejos por liebres: Su fe cada cual defiende y su credo. / Ladrar de jauría que andaba al acecho / detrás de unas matas dos liebres oyeron. / -¡Que vienen los galgos, salgamos corriendo! / -No son galgos, mira, son raudos podencos. / -Esa es tu opinión y yo la respeto / mas no la comparto... Son galgos, sostengo. / -Tú votas que galgos y yo que podencos... / Y en medio de tanta disputa sin seso /  a aquellas dos liebres alcance les dieron / y caza entre tanto, veloces, los perros. 

Escena de caza, mosaico romano, siglo I a. C.

Igual que estas necias liebres o los dos conejos de Iriarte, también los sabios de Bizancio, cuando los otomanos tomaban la ciudad, se entretenían discutiendo, en vez de ponerse a salvo, sobre interminables cuestiones teológicas como, por ejemplo, cuántos ángeles cabían en la punta de un alfiler, o cuál era el sexo de aquellos ángeles: si machos, si hembras, si marimachos o machiembras... Y así les fue. 

 Liebre en escena de caza, mosaico de Piazza Armerina (Sicilia) 
 

La fábula recuerda mucho a la parábola budista de la casa en llamas: Cuando advertimos que nuestra morada está ardiendo, debemos salir corriendo cuanto antes de ella para ponernos a salvo del fuego si no podemos apagar las llamas del incendio. En ese momento no importan las previsiones meteorológicas ni saber a dónde iremos ni cuál ha sido la causa del incendio, o de quién ha sido la culpa, que es la versión cristiana de la causa. Lo que se impone es salir por pies y dejarse de disquisiciones teóricas que sólo sirven para entretenernos y para que ardamos dentro en las llamas del único infierno que hay: nuestra propia casa que se quema.

Lo malo es que siempre hay gentes a las que se les abrasan las cejas y chamuscan las pestañas porque no se atreven a salir fuera por miedo a lo desconocido. Son los que dicen que vale más lo malo conocido -en este caso el incendio de su propia morada en llamas- que lo bueno por conocer -lo que hay afuera. Pero es mentira. Siempre ha valido y valdrá más y será, por lo tanto, mejor  lo bueno que lo malo, conocido o no;  aquí y en cualquier parte.

viernes, 23 de junio de 2017

Una revolucionaria ruptura tecnológica: el BOOK

La ciencia y la tecnología avanzan que es una barbaridad. El último teléfono supuestamente inteligente (smartphone, en la lengua del Imperio, aunque lo de phone es griego clásico) que acabamos de adquirir ayer mismo no era tan listo como parecía y resulta que ya se ha quedado obsoleto esta misma mañana. ¿Obsolescencia programada o envejecimiento prematuro? Chi lo sà?

Sin embargo, hay un nuevo producto que promete en el mercado fruto de la más novísima tecnología WIFI (o sea, wireless fidelity, lo que en román paladino en el que habla uno con su vecino,  es fidelidad inalámbrica, o más claro aún, fidelidad sin cables). Tampoco tiene batería que haya que recargar cada veinticuatro horas, ni conexión a la Red  Informática Universal ni tampoco a la corriente eléctrica ni demás complicaciones innecesarias...



Está en el mercado desde hace algún tiempo y se llama BOOK en la lengua del Imperio. Su nombre deriva de una raíz protogermánica *bōks,  que pasó al inglés con su moderna ortografía book a partir de 1375. Anteriormente se encontraban las formas boke/bok, derivadas del inglés antiguo bōc ‘tableta para escribir’, ‘documento escrito’, relacionado con Buch alemán moderno. Relacionada también con esta raíz bōk, está bēce ‘haya’, lo que sustenta la hipótesis de que las primeras inscripciones de estos pueblos, las runas, pudieron haber sido hechas en tabletas de madera de haya.

No existe, por lo tanto, una raíz indoeuropea que denomine a este producto ni nada semejante porque los pueblos indoeuropeos no dejaron resto escrito de le lengua que hablaban, dado que no conocieron la escritura.


En griego tenemos la palabra βίβλος (bíblos), que designaba la corteza, hoja o tira de papiro, y como esta planta fue un soporte para la escritura  denominaron βίβλος (bíblos) o βιβλίον (biblíon) -palabra de la que derivan nuestras bibliotecas y nuestra Biblia-. El origen no indoeuropeo de la palabra es muy discutido. Se acepta por lo general que procede del nombre propio de la ciudad fenicia de Byblos, hoy ciudad libanesa (en la actualidad en árabe, جبيل Ŷubayl), de donde los griegos importaban el papiro. 

 Imagen de Byblos, en el Líbano.

En latín, por su parte, se usó la palabra librum, que era el nombre de la parte interior de la corteza de las plantas o, de forma más precisa “la capa fibrosa situada debajo de la corteza de los árboles”. De ahí deriva nuestro libro que ingresa al castellano alrededor del año 1140. Del latín pasó al francés: livre, al portugués livro, al italiano, castellano y gallego libro, al catalán llibre, al corso libru. El rumano, por su parte, prefirió tomar otra palabra latina para lo mismo: carte, pero conserva la raíz latina en otros términos derivados como librărie librería, para el esperanto se optó por la fomra italiano-castelllana libro).

 Imagen tomada del Orbis pictus Latinus, de Hermann Koller


Pero veamos y oigamos ya en qué consiste este nuevo producto que nos venden y qué ventajas y desventajas puede tener.

miércoles, 21 de junio de 2017

Toxicidades e intoxicaciones

Tóxico es un adjetivo culto que entró en nuestra lengua hacia 1580, según Corominas, cuyo uso no se generalizó hasta el siglo XIX, y  ahora, en pleno siglo XXI, está adquiriendo un protagonismo inusitado, sobre todo entre los mileniales, es decir, entre las nuevas generaciones que han nacido y se están criando a la sombra de este tercer milenio de la era cristiana.

El adjetivo tóxico de aplicarse sólo a las cosas ha pasado a calificar también a determinadas personas: ya no hay sólo cosas, sino también personas tóxicas. Y no es verdad:  lo tóxico no son las personas, sino las relaciones jerárquicas de dominio que establecen entre ellas: dentro de la familia,  las relaciones paterno-filiales de los padres con los hijos, y fuera de ella las laborales de los jefes y los empleados, entrecruzándose todas con las relaciones sexuales en todos los ámbitos, que también son de dominio y jerarquía. Eso y no otra cosa es lo que envenena a las personas: las relaciones interpersonales de dominio.


El adjetivo, en efecto,  no sólo se aplica ya a desperdicios, emisiones, gases, líquidos, materiales, productos,  residuos y demás sustancias venenosas, cosas en definitiva, que suelen ser productos de la sociedad de consumo, como antaño,  sino que se utiliza y mucho para calificar a determinada gente, pobrecita, como si estuvieran apestados: amistades tóxicas, que nos decepcionan y nos llevan por la Calle de la Amargura sin número; clientes tóxicos a los que han tenido que enfrentarse nuestros modernos emprendedores, que a veces emprenden mucho pero no suelen aprender casi nada; conductas y emociones tóxicas; empleados tóxicos que son una mala influencia en la empresa u oficina para el resto de sus compañeros de trabajo y para sus jefes, que también son tóxicos y, hay muchos, que tratan mal y maltratan a sus empleados;  familias y hogares tóxicos, donde los padres y las madres ejercen excesiva presión sobre sus hijos e hijas, tanta que no la soportan por lo que también pueden llegar a ser tóxicos y tóxicas, respectivamente, y hacerles la vida imposible a sus progenitores que acaban arrepintiéndose de haberlos traído al mundo;  masculinidades y feminidades tóxicas en definitiva que generan, como dicen los políticos,  noviazgos tóxicos que a su vez les crean muchos conflictos a los involucrados en ellos y no poco dolor por aquello de que “quien bien te quiere te hará sufrir”;  ideas y pensamientos tóxicos; personas, personajes y personalidades tóxicas que te hacen sentir mal aunque tú no tengas la culpa; relaciones de pareja y parejas tóxicas por lo atosigantes que resultan,  ya sean reales o virtuales, porque también hay redes sociales, todas ellas sin excepción,  tóxicas. El adjetivo se ha convertido en una palabra comodín, una muletilla que corre el peligro de valer para todo y de no servir para nada por la misma razón, tan general es su uso que su significado se ha convertido en un genérico bastante poco preciso  que intoxica nuestro vocabulario. ¿Quién lo desintoxicará?

¿De dónde nos viene esta palabra? ¿Cuál es su biografía y su árbol genealógico? La palabra tóxico procede del latín TOXICVM, cuya evolución es tóxico como cultismo del que derivan toxina y toxicidad,  y los compuestos intoxicar (con el prefijo IN-- que, a diferencia de AD- que indica sólo aproximación a algo, expresa penetración o introducción), toxicología (con el sufijo griego -LOGÍA, que quiere decir estudio) y toxicomanía (con el sufijo también griego -MANÍA que indica adicción patológica), y acaba en  tósigo como palabra patrimonial, caída casi ya en desuso y que tanto se refiere a la ponzoña y el veneno, como a una pena y una angustia muy grandes, por lo que su compuesto atosigar (con el preverbio AD-) se define en primer lugar como “emponzoñar con tósigo”, es decir, envenenar, y también en segundo lugar y sentido figurado “agobiar a alguien metiéndole mucha prisa para que haga algo” e “inquietar, acuciar con exigencias o preocupaciones”. Pero no es muy satisfactoria la explicación de que este segundo significado deriva del primero, por lo que se ha supuesto y postulado un origen latino tardío basado en *tussicare o acaso en *tussigare, formado sobre la palabra latina clásica tussem que significa "acceso de tos", y evoluciona precisamente a tos,  y el verbo tussire "toser",  de modo que ese presunto *tussicare/*tussigare significaría provocarle a alguien un ataque de tos, y de ahí, apremiarle o urgirle a hacer algo hasta la fatiga. Tusigar existe en gallego y significa "toser débil pero repetidamente".

No me resisto aquí a copiar aquel epigrama de Marcial I, 19 de la tos dedicado a una tal Elia, nombre propio que es un pseudónimo como suele ser habitual en este poeta.

 Si memini, fuerant tibi quattuor, Aelia, dentes:
expulit una duos     tussis et una duos.
Iam secura potes totis tussire diebus:
nil istic quod agat     tertia tussis habet.

Elia, si mal no recuerdo, tenías tú cuatro dientes:
dos una tos te arrancó y   dos otro ataque de tos.
  Puedes toser ya todos los días sin mucho problema: 
una tercera tos    nada ahí  tiene que hacer. 


Han confluido, pues, dos raíces: TOS-, que procede de tussem, y es la que nos atosiga hasta dificultarnos la respiración y provocarnos la tos del cansancio, y TOX-, que es la que propiamente nos envenena y que veremos ahora de dónde viene.



La palabra latina toxicum procede a su vez de la expresión griega toxicòn phármakon, donde phármakon quiere decir “veneno, ponzoña, droga”, como vemos en nuestro propio vocabulario fármaco, farmacia, farmacéutico… La expresión estaba, pues, compuesta por el sustantivo phármakon y el curioso adjetivo toxicón, que es el que ha sobrevivido y acaparado el significado ponzoñoso del sustantivo.  ¿De dónde surge el adjetivo toxicón? Pues nos remite al sustantivo griego clásico tóxon,  moderno tóxo, que quiere decir arco y también flecha. A partir de este sustantivo se creó el adjetivo añadiéndole a la raíz tox-  el sufijo –ik-, toxicós que propiamente significaba “relativo al arco y a las flechas”, por lo que la expresión toxicòn phármakon, quería decir “veneno para las flechas”, y de ahí, letal para las víctimas del flechazo.


¿Hay amores tóxicos o el amor es siempre tóxico porque sus flechas están emponzoñadas? Recordemos lo que decía Propercio, el poeta enamorado,  del fiero Cupido armado de arco y flechas. Decía que su aljaba o carcaj que colgaba de sus hombros estaba provisto de unas flechas ganchudas (hamatis: con garfio o anzuelo que nos engancha y nos desgarra si intentamos librarnos de ellas): "nec quisquam ex illō     vulnere sānus abit": "y del desgarro aquel    nadie sin daño se va".

domingo, 18 de junio de 2017

Homo urbanus versus homo ruralis

El poeta Horacio en una de sus Sátiras, la séptima del libro segundo, se reprocha a sí mismo a través de su alter ego, el esclavo Davo, que hace uso de la libertad de diciembre, es decir, de la licencia de decir lo que piensa que le brindan las fiestas saturnales: "Romae rus optas; absentem rusticus urbem / tollis ad astra leuis."

 Foro de Roma visto desde los jardines Farnesios,  J-B. Camille Corot (1826)
Lo que viene a decir algo así como: Quieres en Roma el campo; ya rústico, la urbe lejana, / frívolo, subes al cielo. Es decir que Horacio cuando está en Roma (Romae es lo que las gramáticas llaman un locativo) desea o echa de menos (optas de donde deriva nuestro verbo optar,  y nuestras opciones y numerosísimas optativas del sistema educativo) el campo (rus ruris con rotacismo en latín de la ese intervocálica y silbante que se convierte en vibrante como en el adjetivo rural, y que conservamos en rústico.

La campiña romana en invierno, J-B. Camille Corot

Según este primer hemistiquio nos hallamos ante el tópico del menosprecio de corte y alabanza de aldea: el poeta, que se encuentra en la villa y la corte, la urbe por excelencia, añora el campo. En otro lugar (Epístolas I, 7, vv. 44-45) confiesa: "paruum parua decent: mihi iam nōn rēgia Rōma / sēd uacuum Tībur placet aut imbelle Tarentum": Cuadra al humilde lo humilde: grandiosa ya no me gusta / Roma, sino el tiburtino refugio y la paz de Tarento. Sin embargo, cuando ya está en el campo como buen campesino (rusticus), y Horacio disfrutaba, gracias a la generosidad de su amigo Mecenas, de una finca en la campiña en las afueras de Roma, en Tíbur, actual Tívoli,  pone por las nubes (tollis ad astra) la ciudad ausente, que echa de menos (absentem urbem, palabras de las que conservamos restos como absentismo y urbanismo).  Nos encontraríamos ahora ante el tópico del revés: menosprecio de aldea y añoranza, si no alabanza, de corte.


Y todo eso se resume en un adjetivo que Horacio se dedica a sí mismo: leuis, que es lo contrario de grauis. Es decir que hace lo que hace porque es una persona ligera, frívola, voluble, que no sabe disfrutar de lo que tiene, por eso cuando está en la ciudad añora el campo y cuando está en la campiña echa de menos el bullicio de la gran ciudad. Se anticipaba así el poeta al hombre moderno y su dilema irresoluble, que no sabe estar a gusto consigo mismo en ningún sitio sin echar de menos el otro.


  La campiña romana, J-B. Camille Corot (1826)

Sin embargo, dos mil años después de Horacio no tiene mucho sentido contraponer lo urbano y lo rural, porque la oposición ha quedado obsoleta. Lo que tenemos hoy a nuestro alrededor es un batiburrillo y entramado metropolitano único, sin orden ni concierto en torno a las grandes ciudades, que no es ni lo uno ni lo otro, sino una mezcolanza indescriptible y residual, por lo que ya no tiene mucho sentido hablar de la ciudad propiamente dicha, que los constructores han destruido (a lo sumo han dejado el centro histórico o casco viejo reservado al turismo y a la gentrificación), ni hablar tampoco del campo y del pueblo, que ya no existen estrictamente hablando después del éxodo rural y el arrasamiento del territorio por autopistas y urbanizaciones residenciales. 

viernes, 16 de junio de 2017

Nueve epigramas de Páladas, el poeta alejandrino

He aquí una selección muy particular, muy mía, de nueve epigramas del poeta helenístico Páladas de Alejandría, un poeta menor no por poco conocido menos interesante,  incluidos en la Antología Palatina.

Nació en el siglo IV después de Cristo en la ciudad que fundara Alejandro Magno en el delta del Nilo. Probablemente conoció y trató a Hipacia (mejor que Hipatia, lo mismo que decimos democracia en vez de democratia) y lloró sin duda al ver arder la Biblioteca de Alejandría. Se le atribuyen 150 epigramas conservados en los libros IX, X y XI de la citada antología.

La vida del poeta nos resulta prácticamente desconocida. Los pocos datos biográficos que se conocen se entresacan de su obra.  Por ella sabemos que los antiguos lo llamaron “Metéoros”, el elevado, el que está sobre la tierra, en el aire,  reconociendo así la calidad literaria de sus epigramas. De ahí deriva, por cierto, nuestra meteorología, dicho sea de paso, como estudio de "tà metéora" los fenómenos elevados, es decir, atmosféricos o celestes.

Algunos epigramas contienen valiosa información sobre la situación política, religiosa y social de la Alejandría del obispo Teófilo, antecesor y tío de Cirilo, y del conflicto entre cristianos y paganos, la lucha entre Jerusalén y Atenas, como ha sido denominada a veces, que tuvo lugar en las calles de Alejandría.

Páladas se lamenta ante la declinación de las creencias por él profesadas a causa de la penetración creciente del fanatismo de la nueva fe cristiana. Un tal Doroteo lo denunció por su rechazo del nuevo dogma, lo que le valió la pérdida de su trabajo remunerado como maestro. Su disgusto fue aún mayor ante los padecimientos económicos que conllevó, por lo que con él empezó a hacerse ya proverbial aquello de "pasar más hambre que un maestro de escuela". He aquí algunos de sus poemas en versión rítmica.


l.- Placeres de Baco y Afrodita: el olvido del mundo y el amor.
Comienzo por tres dísticos elegíacos de hexámetro y pentámetro dactílicos en los que el poeta nos exhorta, ante la constatación de la muerte inevitable, a gozar del vino, que nos hará olvidar precisamente  nuestra condena a muerte, y los placeres afrodisiacos del erotismo.

Es forzoso morir a toda persona, y  ninguno
hay mortal que a vivir sepa mañana si va.
Hombre, teniendo lo cual muy presente, date contento
con el divino licor que hace la muerte olvidar.
Goza también de Afrodita, viviendo tu efímera vida;
Y resolver lo demás déjalo todo al azar.

2.- La farsa de la vida.
Farsa la vida toda y comedia, o aprende teatro
sin pensártelo más, o sobrelleva el dolor.
(A.P. X, 72)

Así lo tradujo al latín en versión rítmica Samuel Johnson: 
Vita omnis scena est ludusque; aut ludere disce
seria seponens, aut mala dura pati.

3.- De la condición humana, contra Platón.
 Hombre, si tienes recuerdo de cómo tu padre te hizo
cuando te concibió, deja tu grandiosidad.
Pero Platón te infundió delirando tufos, diciendo
que eras inmortal y un “vegetal celestial”(1).
Hecho de barro estás. ¿Qué más crees? Así lo diría
uno adornándotelo con muy solemne expresión;
pero si buscas la fórmula exacta, de una lujuria
irreprimible estás hecho y de lefa vulgar.
(1) Alusión a Platón, Timeo, 90 a


4.- Nacidos para morir.
 Todos somos criados para la muerte y cebados,
cual porcina grey que hay que matar sin razón.
(A. P., XI, 381)


5.- Misoginia.
Toda mujer es hiel, pero tiene dos buenos momentos:

uno en el lecho nupcial, otro en el lecho mortal.

Este tremendo epigrama misógino fue imitado por el poeta inglés Ezra Pound, que hizo la siguiente versión:
Woman? Oh, woman is a consummate rage,
but dead or asleep, she pleases.
Take her. She has two excellent seasons.


6.- La virtud del silencio.
 
Todo patán, si se calla, resulta muy sabio, ocultando
su pensamiento como un vergonzosísimo mal.
(A.P. X 98)

Así lo tradujo al latín en versión rítmica Samuel Johnson: 
Cum tacet indoctus, sapientior esse uidetur,
et morbus tegitur, dum premit ora pudor.


7.- La divina Hipacia.
 A pesar de la misoginia que hemos visto en un epigrama anterior, destaca este otro, el núm. 400 del libro IX de la Antología, compuesto por cinco trímetros yámbicos,  dedicado a Hipacia, la famosa filósofa y matemática neoplatónica, que murió a manos de una horda de monjes fanáticos, popularizada entre nosotros gracias a la espléndida película Ágora de Alejandro Amenábar. La última científica del mundo antiguo fue desgraciadamente contemporánea del obispo Cirilo, perseguidor de las creencias paganas, judías y heterodoxas cristianas. Condenada al martirio, murió en 415 ó 416, asaltada por las turbas fanáticas cristianas envalentonadas por Cirilo, en las que iban varios monjes; desnudada en la calle, arrastrada a una iglesia y allí asesinada en nombre de la nueva fe.

Al verte, a ti me inclino yo y a tus razones,
pues veo la constelación de Virgo astral;
porque en el cielo el fruto está de tu labor,
divina Hipacia, de razones esplendor,
brillante estrella de ilustrada educación.
(A.P. IX, 400)

8.- La lección del maestro Epicuro
 

Más que la muerte per se, es el temor de la muerte, como reconoce el poeta alejandrino, con un talante epicúreo y hedonista,  lo que envenena la vida humana. Una de las buenas cosas que se logran con la muerte es, precisamente, dejar de tenerle miedo.

Es el temor de la muerte tormento muy doloroso;
pero el mortal, al morir, gana librándose de él.
No por cierto solloces por el  que abandona la vida;
pues después de morir no es sufrimiento lo que hay.
(A.P. X, 59)

9.- La vida es sueño

Curiosamente encontramos aquí el tópico de la vida es sueño, desarrollado entre nosotros por Calderón, y formulado ya por nuestro poeta alejandrino en el verso tercero del poema: "imaginando que es un sueño nuestra vida": óneiron... eînai tòn bíon". Reparad en las resonancias de las palabras griegas: onírico, biológico...
¿Sin morir vivimos sólo acaso en apariencia,
amigos griegos, en desgracia hundiéndonos,
imaginando que es un sueño nuestra vida?
¿O vivimos, cuando llega al fin la vida ya?
(A.P.X. 82)

martes, 13 de junio de 2017

De la caída de la máscara

Recuerdo que la primera vez que leí el poema “De rerum natura” de Lucrecio en la traducción de Valentí Fiol, me llamó la atencion una frase por su concisión y solemnidad de carácter lapidario, que subrayé con un lapicero. Son los versos 55-58 a comienzos del libro III: Por esto, en momentos de crisis y peligro es cuando hay que juzgar a un hombre, y la adversidad nos da a conocer su carácter; pues entonces son sinceras las voces que brotan del fondo de su pecho; se arranca la máscara y queda la realidad.

Cuando años después volví a releerlo en la más antigua traducción del abate Marchena en hendecasílabos blancos, volví a encontrarme con ese fragmento y de nuevo subrayé la frase, que presentaba una curiosa transformación:


Los peligros descubren a los hombres,  
les dan a conocer los infortunios,
 pues entonces por fin del hondo pecho
 son proferidas voces verdaderas:
 la máscara se quita y queda el hombre. 




Don Miguel de Unamuno, como no podía ser menos, se hace eco del verso lucreciano en un artículo que publicó en la revista “Nuevo Mundo” titulado “La res humana”, que él traduce conservando la palabra “persona” del original como “desaparece la persona, queda la cosa”, donde hace la siguiente reflexión a continuación: “No cabe expresión más enérgica, sobre todo si se tiene en cuenta todo el valor que en latín tiene la voz persona. La cual, empezando, como es ya tan sabido, por significar la máscara o careta con que el actor se cubría la cara para representar el personaje de la comedia o tragedia, pasó a ser designativa del personaje, y, por último, del papel que uno representa, aunque sea en el coro o la comparsa, en el teatro del mundo, es decir, en la Historia”. 
 
Lo que el abate Marchena había traducido por “el hombre”, Unamuno lo traducía literalmente como “cosa” y Valentí por “realidad”. Esta última traducción resulta anacrónica: la palabra “realidad” no existe en el latín de Lucrecio: es un nombre abstracto formado sobre el adjetivo “realis”, que tampoco existe todavía en Lucrecio, basado a su vez en el sustantivo “res rei” que, como se sabe, significa “cosa”, palabra clave en el título del poema: De rerum natura: “Sobre la naturaleza de las cosas”.
 
La curiosidad e interés por la frase me movió a buscar el texto original de Lucrecio. La edición oxoniense de Bailey de 1900, reimpresa múltiples veces, dice lo siguiente.


Quo magis in dubiis hominem spectare periclis 
conuenit aduersisque in rebus noscere qui sit:
nam uerae uoces tum demum pectore ab imo 
eliciuntur, <et> eripitur persona, manet res. 


 
Nos encontramos la expresión “manet res”, que literalmente significa que una vez arrebatada la máscara “permanece la cosa” que subyace por debajo. Sin embargo, el final de ese hexámetro lucreciano, como veo por el aparato crítico, no está nada claro, es un locus corruptus. Donde Bailey lee “manet res” hay manuscritos que presentan otras lecturas como “malare” y “manare”, algo propiamente incomprensible. Se trata de uno de esos lugares conflictivos para la crítica textual en la edición de un texto. 
 
Cuando volví a releer el poema de Lucrecio, esta vez en la soberbia traducción de Agustín García Calvo publicada en 1997, que está en verso y reproduce con los acentos de las palabras el ritmo dactílico del hexámetro y, además, nos regala la rima asonante en el último pie del verso, que aunque desconocida en la poesía latina, agradece el oído castellano, me encontré con el mismo fragmento y la misma frase con otra traducción distinta de las anteriores:


Así que en inciertos peligros mirar al hombre más vale, 
 y en casos adversos mejor quién es él podrá averiguarse:
 pues voces allí del hondo del pecho empiezan veraces 
 por fin a salir, y se arranca la máscara del semblante.




Las cuatro traducciónes del último verso coinciden en su primera parte en la caída de la máscara, que en latín se dice “persona”, que sólo conserva Unamuno con su sentido primigenio: eripitur persona: se arranca o se quita el antifaz pero difieren en su segunda parte: queda la realidad, queda el hombre, queda la cosa, ...del semblante.
 
¿Cuál es la mejor lectura y consiguientes traducción de Lucrecio? No se trata de decidir cuál es la que más nos gusta. El problema es que necesitamos fijar el texto previamente para poder dar una respuesta a esta pregunta. Creo que la mejor traducción es la de García Calvo, pero no porque me guste más a mí personalmente, sino porque en su edición, propone una lectura que resuelve, desde mi punto de vista, el problema textual. En efecto, García Calvo propone la siguiente lectura: ...eripitur persona ibi ab ore.
 
Donde los manuscritos presentan lecturas como manare, mala re, manet res, advierte García Calvo en el aparato crítico de su edición que un códice más antiguo presenta: iuiauore, que él interpreta ibiabore, lo que separado convenientemente se lee: ibi ab ore: allí de su rostro. 


 
Veo dos argumentos a favor de esta propuesta: el primero sería la reinterpretación del MANARE/MALARE como IVIAVORE. Escrita con mayúscula la M podría confundirse con IVI, y tratarse del adverbio IBI escrito con uve por la confusión en latín tardío entre estas dos letras, originando una falta de ortografía que sigue siendo frecuente en castellano actual, porque tanto la  be como la uve representan ya el mismo fonema oclusivo labial sonoro; el segundo argumento es que esta nueva lectura establece un paralelismo con el final del verso anterior: “pectore ab imo”: del hondo de su pecho frente a “ibi ab ore”: allí de su rostro, e incluso una especie de rima interna (pectore/ore), aunque esto es lo menos importante.
 
A la vez que salen palabras verdaderas de lo hondo del pecho del hombre en las situaciones adversas, cae la careta allí de su rostro. No hace falta suponer que lo que queda debajo de la máscara es la realidad, ese anacronismo: la realidad es que la máscara también forma parte de la realidad. Queda mejor como frase lapidaria y redonda, como máxima, la frase de Marchena, o la versión de Unamuno, o la lectura de Valentí: cae la máscara, queda la realidad o queda la cosa o queda el hombre como caso supremo de cosa; pero lo que dicen es algo en cierto modo superfluo, que no hacía falta decirlo. Es preferible esta otra lectura: cae la máscara allí de su rostro: lo que queda, detrás de la máscara, es el rostro. 
 
La más reciente traducción al castellano que he consultado del poema de Lucrecio es la de Francisco Socas, en prosa, publicada en Biblioteca Gredos (Madrid 2003), que sigue la conjetura de García Calvo: Por eso más bien en las pruebas difíciles hay que observar al individuo y en la contrariedad conocer quién es, pues entonces por fin de lo hondo de su pecho se sonsaca la voz de la verdad <y> allí se arranca la máscara de su rostro.


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Encuentro un epigrama de Marcial, III, 43, donde aparece un eco de esta expresión de arrancarse la máscara de la cara. Esta vez es la mismísima Prosérpina, la Perséfone griega, la que va a quitarle la máscara de la cabeza a Letino, que se teñía el pelo para parecer más joven y disimular sus canas: 
 
Mentiris iuuenem tinctis, Laetine, capillis,
tam subito coruus, qui modo cycnus eras.
Non omnes fallis; scit te Proserpina canum:
personam capiti detrahet illa tuo.


Así traduzco el epigrama:

 Pasas por mozo, Letino, tiñéndote los cabellos,
 tan cuervo de sopetón, cisne que ayer eras tú.
 No nos engañas a todos; te sabe Prosérpina cano:
ella la máscara va pronto a quitarle a tu faz.