miércoles, 14 de febrero de 2018

De la soledad del corredor de larga distancia

El running (así, en inglés: gerundio del verbo to run: correr) es una metáfora perfecta de la vida en nuestro entorno urbano, y un reflejo del escapismo e individualismo posmoderno. El runner, que es aquel que practica el running, no es alguien que sale simplemente a correr, como se decía antes de la explosión de la práctica urbana de este deporte, sino un emprendedor con toda la parafernalia comercial y la panoplia que hay detrás aplicadas a esta actividad en principio tan sencilla.

Dice literalmente Luis de la Cruz, que ha escrito un sugerente ensayo titulado Contra el running. Corriendo hasta morir en la ciudad postindustrial (Piedra, papel, libros, Jaén, 2016): “Hoy, la figura del yuppie(1) ha caído en desgracia. Su arrogante estampa se hace ahora detestable, tras la última crisis del capitalismo, pero sus valores continúan dominando incólumes el imaginario del éxito social a través de la figura del emprendedor.” Y añade a continuación: “El emprendedor, instaurado como nuevo héroe social, se hace aceptable a través de sus hábitos progresistas. Muchos de los emprendedores apelan a la Responsabilidad Social Corporativa, ejercen la caridad -al menos acuden a carreras solidarias-, son conscientes de la necesidad de cuidar el planeta y saben construir una imagen pública atractiva, que incluye la comida sofisticada, los espectáculos urbanos y la exhibición de sus avances deportivos.”
  1. Abreviación informal de (Y)oung (U)rban (P)rofessional, o Yup, que se convirtió en yuppie en la década de los ochenta para describir a alguien que es joven, con estudios universitarios, que vive en una ciudad y que tiene un trabajo de alto nivel, como ejecutivo o empresario, y goza por lo tanto de una situación económica privilegiada.

Frente a épocas pasadas en las que se fomentaban los deportes en equipo y el trabajo en grupo, estamos asistiendo ahora al auge del individualismo y al desprestigio de lo colectivo, que se traduce en la práctica solitaria de algunos deportes como la natación, el ciclismo o este que nos ocupa del running, y al apogeo de los gimnasios-fitness con atención personalizada y entrenamientos que se adaptan a los deseos de los usuarios, preocupados, ya que no por la cultura, por el culturismo, que no es lo mismo. Los que acuden al gimnasio no sólo van en busca de mejorar su condición física o recuperarse de alguna dolencia, sino sobre todo a trabajar (en el peor sentido, etimológico y transitivo de este verbo) su cuerpo: potenciar el tono y definición muscular, adelgazar y eliminar grasa, celulitis o flacidez y, en general, ponerse o mantenerse en forma. Algunos monitores prestan una atención tan personalizada que llegan a concertar citas previas con cada uno de sus clientes para atender a sus peculiaridades. Asistimos por todas partes a un sentimiento general de culpabilización de lo feo, lo gordo, lo viejo, considerándolo como un vicio propio que hay que corregir,  del que es responsable el alma que habita el cuerpo, que es su conciencia. Se ha entronizado un nuevo tipo de virtud, cuyo objetivo principal es eso que se ha denominado con rimbombante locución Educación Física, en lugar de humilde gimnasia, que se encarna en el cuerpo joven, delgado y atractivo.

La imagen del runner la vemos por doquier en el parque, en el telediario, en las redes sociales, en anuncios de televisión, en escaparates, en los autobuses, en periódicos y revistas ilustradas. Su silueta se asocia a conceptos tan nobles como el espíritu de superación, la nobleza, el esfuerzo, el éxito, el talento, el desarrollo personal, la consecución de metas y logro de objetivos… lo que ha acabado con el placer de salir uno a correr sin más complicaciones.

Definitivamente, el running está de moda, hasta el punto de que hay en la actualidad en el mercado una oferta desorbitada de todo lo relacionado con este mundillo que responde a una demanda que, a su vez, corresponde al reclamo de la publicidad, lo que hace que se disparen los productos y sus precios. La imagen del runner en el espacio urbano y, más raro, en la naturaleza campo a través, se ha convertido en un símbolo de libertad. Sin embargo, hay otro runner más triste, que es el que corre en la cinta de un gimnasio, y que nos recuerda, lo mismo que el ciclista que pedalea en el velocípedo estático, al hámster enjaulado que hace girar su rueda interminablemente, como si fuera el propio Sísifo acarreando su roca monte arriba que se despeñará al llegar a la cima monte abajo.



Antes podíamos salir a correr con unas zapatillas cualesquiera, una camiseta de algodón y un calzón corto. Sin embargo, ahora, si haces la cuenta, antes de ponerte en marcha habrás invertido ya media hora larga con los preliminares. La publicidad ha creado la necesidad, porque ese es su cometido, de tener que disponer de unas zapatillas especiales para cada tipo de carrera y de unas plantillas para corregir si es preciso la pisada, cada terreno, cada entrenamiento, si se trata de ganar velocidad o resistencia, ropa específica (mallas compresoras, camisetas térmicas de varios colores y materiales, calcetines adecuados) con avances que hasta hace poco ni siquiera podíamos imaginar, un reloj con GPS que mida los ritmos de carrera, la ruta, la frecuencia cardíaca, productos tecnológicos que controlan multitud de parámetros vitales del organismo con el fin de conocer mejor el propio rendimiento físico.... Y es que, nos dice la publicidad, no se puede salir a correr sin más, ahora mismo, con la calor o el frío que hace y sin pulsómetro, o sin escuchar música ni ponerse la sujeción para el móvil, por si pasa algo, y los cascos, y el propio móvil, sin activar el GPS ni programar  la música adecuada para cada sesión, y un demasiado largo etcétera. 

Te dice la publicidad a través de su propaganda: Ahora que eres un runner, ¿qué vas a hacer en pleno invierno? Ya no puedes salir a correr en pantalón corto y camiseta de tirantes como en el tórrido verano. Las temperaturas bajan a mínimos. Y todavía la publicidad te da más ideas, por si fueran pocas las que nos meten en la cabeza: Al igual que nos ponemos mallas largas para proteger las piernas, camisetas térmicas, calcetines de invierno, gorros, bragas para el cuello y todo tipo de apepés para resguardarnos del frío, ¿qué les pasa a tus manos? Sufren, como es natural. ¿Cómo evitarlo? No vas a dejar el running por esa nimiedad ni vas a correr con las manos en los bolsillos para que no se te congelen... Para proteger tus manos puedes recurrir, además de a cremas a los guantes, pero no a unos guantes cualesquiera, por supuesto, sino a unos específicos para correr, guantes running diseñados ad hoc contra el frío con los que librarnos de los molestos picores, grietas e inflamación de los molestos sabañones entre los dedos de las manos. Pero la cosa no es tan sencilla, porque no hay un solo modelo exclusivo de guantes para correr. Cada marca de textil deportivo exhibe su catálogo propio,  y algunas recomiendan guantes ligeros para temperaturas frescas que no llegan a ser glaciales, térmicos con protección contra las temperaturas de menos cero grados y el viento helados, y, por último, extremos, indicados para condiciones realmente gélidas, por ejemplo para la alta montaña en días de crudo invierno y nieve.


No se olvide, además, last but not least, la creciente y apabullante literatura de manuales de autoayuda, motivación, autoestima y superación personal, y los libros que hay sobre "estrategias para maximizar su entrenamiento en su cinta de correr", por ejemplo, o las guías paulatinas para quemar calorías y luchar contra la obesidad y el aburrimiento que supone dedicarse con empeño a una cosa así.


Estas consideraciones a las que me han llevado las reflexiones de Luis de la Cruz me han traído a la memoria la película de Tony Richardson The loneliness of the long distance runner (1962) (traducida como La soledad del corredor de fondo), basada en la espléndida novela corta y guión de Alan Sillitoe, que habla de un corredor que corre por el placer de correr, cosa que hoy ya no hace nadie, y  que narra en primera persona las vicisitudes de Colin Smith, recluido en un reformatorio juvenil por haber perpetrado un robo, y que, gracias a sus cualidades como atleta, se encuentra ante el dilema del éxito como héroe deportivo (ganar una importante carrera) y la soledad del corredor de fondo. Con estas palabras empieza la película: Correr siempre ha sido muy importante para mi familia, sobre todo para escapar de la policía. Lo único que sé es que tienes que correr, correr sin saber por qué, por los campos y los bosques. Correr sabiendo que una meta no es el final, aunque haya una multitud vitoreándote. Esa es la soledad del corredor de fondo”. 

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