sábado, 24 de octubre de 2015

El asno sesudo y sensato



Dice una moraleja de una vieja fábula de Fedro (I, 15), muy oportuna ahora que se acercan las elecciones democráticas en las que el pueblo elige a sus gobernantes o supuestos representantes, que "en las políticas mudanzas de gobierno, / los pobres nada cambian más que el nombre al amo ".

In principatu commutando ciuium, 
nil praeter domini nomen mutant pauperes.

Consultando viejas ediciones de Fedro, descubro que donde la que yo manejo lee “ciuium”, esto es, “de los ciudadanos”,  otros interpretan “saepius”, que quiere decir “muy a menudo”, según lo cual habría que entender la moraleja como “en mudanzas de gobierno muy frecuentemente, / los pobres nada cambian más que el nombre al amo”.

¿Qué lectura és la más autorizada? Siguiendo uno de los principios de la crítica textual, que dice lectio difficilior potior” (la lectura más difícil es la preferible), sería mejor quedarse con la primera “ciuium” –de los ciudadanos- que no la segunda, que convierte la aserción en una trivialidad, y que morfológica y sintácticamente es más sencilla, ya que no plantea ninguna dificultad.

La primera lectura, que es la más compleja y, por ello, la más sostenible, da a entender que siempre, no la mayoría de las veces,  que hay un cambio político de gobierno lo que cambia es el nombre del amo, o del partido gobernante, diríamos hoy, dos mil años después, sin que haya ningún cambio sustancial ni a mejor ni a peor en la realidad de las cosas y personas. ¿Cómo continúa la fábula?

Que esto es verdad, la fabulilla siguiente lo demuestra:
Un viejo miedoso criaba  un borrico en la pradera.
Asustado por un súbito clamor de guerra,
le decía al asno que huyeran, no fueran a apresarlos.
Mas aquél, cachazudo, “Dime, ¿crees que el vencedor
me va a cargar encima a mí con más albardas?”
Nególo el viejo. “Entonces, ¿qué mé importa a mí
a quién le sirva, mientras lleve albardas yo?”


El asno, dotado aquí de sentido común, encarna la voz testaruda del pueblo, ese gran escéptico, que cuando le advierten del peligro que supone un cambio político en el gobierno que se avecina -en este caso, fruto de la guerra, que es como dijo el general prusiano Carl von Clausewitz, "la continuación de la política por otros medios"- se pregunta: quid refert mea cui seruiam? ¿Qué me importa a mí a quién tenga que servir? ¿Que más me da?  No es que se resigne el asno, sino que constata su falta de libertad: los cambios de amo, las mudanzas políticas de gobierno no le interesan en absoluto; no hay amos mejores ni peores porque todos son iguales: lo bueno no es que haya un amo bueno, sino que no haya amos. El borrico no puede llevar más carga de la que ya soporta,  y su carga no es otra que la falta de libertad.  

Lo que nos plantea este viejo apólogo a los hombres y mujeres del siglo XXI es lo falsa que resulta la ilusión de pretensión de cambio político, económico y social, y lo que denuncia es nuestra resignación.

“El asno sesudo” se titula la versión  de don Félix María de Samaniego, que sigue con bastante buen tino y fidelidad a Fedro,  y dice así:

Cierto burro pacía
en fresca y hermosa pradería,
Con tanta paz como si aquella tierra
no fuese entonces teatro de la guerra.
Su dueño, que con miedo lo guardaba,
de centinela en la ribera estaba.
Divisa al enemigo en la llanura;
baja y al buen pollino le conjura
que huya precipitado.
El asno, muy sesudo y reposado,
empieza a andar a paso perezoso.
Impaciente su dueño, temeroso,
con el marcial ruïdo
de bélicas trompetas al oído,
le exhorta con fervor a la carrera.
-¡Yo correr! Dijo el Asno ¡bueno fuera!
Que llegue enhorabuena Marte fiero:
Me rindo y él me lleva prisionero.
Servir aquí y allí ¿no es todo uno?
¿Me pondrán dos albardas? No, ninguno.
Pues nada pierdo, nada me acobarda.
Siempre seré un esclavo con albarda.-


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