sábado, 10 de diciembre de 2016

En el nombre de Dios

Siempre que evolucionamos una palabra latina, solemos partir de la forma de acusativo, que es el caso complementario-preposicional de la declinación de tres casos del latín tardío o romance común, pero la palabra que nos ocupa, que es dios, parte del nominativo en castellano. Asimismo, en gallego y portugués tenemos deus. Sin embargo, en catalán encontramos  déu, en francés dieu , en italiano dío y en rumano zeu


Dios padre, Ludovico Mazzolino (1480-1528)

No deriva, en efecto, nuestro monosilábico Dios de la forma de acusativo DEVM, pues si así hubiera sido la evolución sería: Dío, sin la -S del nominativo, como en italiano, sino que deriva del nominativo DEVS, lo que explica la terminación en -S, que no es marca de plural. De hecho los nombres propios carecen de plural, por lo que no había peligro de confusión en un nombre común convertido ya en propio como este de dios/Dios. Están por otra parte atestiguados en castellano viejo los bisílabos Díos, procedente del nominativo,  y Dío, del caso complementnario-preposicional. Otros nombres masculinos de la segunda declinación han evolucionado a partir del nominativo, conservando la -S; ahí tenemos a Carlos, Marcos o Pilatos por ejemplo. 

La palabra latina DEVS procede de un arcaico DEIVOS, que se corresponde con la forma india DEVAS, de donde deriva también la forma adjetiva latina DIVUS, origen de nuestro "divo" y "divino". Curiosamente el sustantivo DEVS no desarrolló nunca un vocativo singular *DEE, cosa que nos extraña en un nombre tan destinado a la apelación y al rezo. Lo mismo sucedió en griego con THEÓS, que carece de un vocativo singular *THEÉ. Este hecho se explica porque a un dios o diosa singular se le invoca por su nombre propio, no por lo que todavía es un nombre común. Sin embargo, sí que hay en ambas lenguas un vocativo plural  DII / THEOÍ, dado que así se invoca a los dioses en general.

En principio la palabra latina deus carecería de género gramatical, valdría lo mismo para un masculino que para un femenino, como sucede en griego ático en el período clásico, donde theós puede ser masculino (y entonces lleva el artículo ho: ho theós: el dios, el ser divino) o femenino (con el artículo he: he theós: la diosa, el ser divino femenino); pero a partir del siglo III a. de c. se sustantiviza la forma femenina del adjetivo y aparece he theá: la diosa.  En latín tenemos la forma dea, correspondiente a la primera declinación.

La evolución sería, pues: DEVS > DEOS > DIEOS > DÍOS > DIOS. Esta forma está documentada ya en el siglo X. Hacia 1490 se le crea un femenino diosa. Y encontramos varios compuestos como endiosar que la Academia define en primer término como elevar a alguien a la divinidad, y semidiós   con su correspondiente femenino semidiosa para referirse al héroe o heroína de las antiguas mitologías que descendía de un ser humano y una divinidad, como Hércules, por ejemplo, hijo de Júpiter y de la mortal Alcmena. Otro compuesto es adiós, que es una elipsis de "a Dios seas", que se produce en el siglo XV, y pordiosero, donde se junta la preposición por con el nombre de Dios, para referirse a los que piden limosna por caridad, por el amor de Dios. 

También tenemos en castellano derivados cultos de la raíz latina como deidad para referirnos a un ser o esencia divinos  o a cada uno de los dioses de las diversas religiones o como la forma poética dea como sinónimo culto de diosa, deísmo, que sería la doctrina que reconoce un dios como autor de la naturaleza pero sin admitir revelación ni culto externo, según dictamina la Academia.

Tenemos un cultismo curioso que es deípara, que literalmente significa "paridora de la divinidad", y que se aplica por antonomasia a la Virgen María, que ha parido a Dios y por lo tanto es su madre.   Y no menos curioso sería deicida para aquel que ha cometido deicidio, es decir para el que ha dado muerte a Dios, referido especialmente en nuestra tradición cristiana a Jesucristo. 

No perdamos de vista tampoco los derivados de DIVUM: divo, diva, divinidad, divinizar, y el curioso adivino, que consiera la adivinación como un don divino, de donde nos vienen también adivinanza, adivinatorio.   

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