viernes, 24 de febrero de 2017

La hora de la siesta

Lewis Mumford, en su ya clásico libro “Técnica y civilización” de 1934, afirmaba , hablando de la invención del reloj mecánico en la Edad Media, que sustituyó con su precisión matemática a los toscos horologios solares y a las clepsidras que usaban griegos y romanos, lo siguiente:

“En todo caso, hacia el siglo XIII existen claros registros de relojes mecánicos, y hacia 1370 Heinrich von Wyck había construido en París un reloj “moderno” bien proyectado. Entretanto habían aparecido los relojes de las torres, y estos relojes nuevos, si bien no tenían hasta el siglo XIV una esfera y una manecilla que transformaran un movimiento del tiempo en un movimiento en el espacio, de todas maneras sonaban las horas. Las nubes que podían paralizar el reloj de sol, el hielo que podía detener el reloj de agua de una noche de invierno, no eran ya obstáculos para medir el tiempo: verano o invierno, de día o de noche, se daba uno cuenta del rítmico sonar del reloj. El instrumento pronto se extendió fuera del monasterio; y el sonido regular de las campanas trajo una nueva regularidad a la vida del trabajador y del comerciante. Las campanas del reloj de la torre casi determinaban la existencia urbana. La medición del tiempo pasó al servicio del tiempo, al recuento del tiempo y al racionamiento del tiempo. Al ocurrir esto, la eternidad dejó poco a poco de servir como medida y foco de las acciones humanas. El reloj, no la máquina de vapor, es la máquina clave de la moderna edad industrial”.


Los romanos dividían el día en doce horas. Dividían así el tiempo en que la luz del Sol iluminaba la Tierra, desde el amanecer hasta el ocaso.  Pero estas doce horas no duraban, como en la actualidad, 60 minutos. De hecho, la precisión actual (60 minutos y 3600 segundos) arranca, según Mumford, de mediados del siglo XIV: "Alrededor de 1345, según Thorndike, la división de las horas en sesenta minutos y de los minutos en sesenta segundos se hizo corriente."


En la antigua Roma no existía esa precisión, y de hecho, las horas no duraban lo mismo en invierno que en verano. Sólo en los equinoccios de primavera y otoño las horas se aproximaban a lo que son las nuestras hoy. Repárese en la palabra equinoccio: está compuesta de "aequus -a -um" que significa igual (de ahí equitativo y ecuación) y de "nox noctis", que queire decir noche


El día comenzaba al amanecer y finalizaba, como es lógico, con la puesta de sol, por lo que un día de verano, pongamos que cerca del solsticio estival, las doce horas de luz durarían, según unos sencillos cálculos matemáticos,  unos 75 minutos, mientras que en invierno durarían solo 45 minutos, por lo que las horas del verano duraban una hora y un cuarto, mientras que las invernales sólo duraban tres cuartos de hora.


Para decir la hora que era usaban el número ordinal, no el cardinal como nosotros, por lo que tenían las siguientes doce horas: prima, secunda, tertia, quarta, quinta, sexta, septima, nona, octava, decima, undecima, duodecima hora.  Entre la hora sexta y la séptima se hallaba el MERIDIES o medio día, palabra compuesta de *MEDIUS DIES, que los ingleses utilizan en acusativo para especificar la hora con las preposiciones latinas ANTE MERIDIEM y POST MERIDIEM. 


La hora SEXTA era la hora de máximo calor, por lo que después de comer había que SESTEAR, es decir, echarse una SIESTA y descansar entregándose a un leve sueño reparador a ser posible al amparo de la furia de los rayos del sol. Era la hora de la SIESTA. En verano en torno al mediodía, dado que amanece muy temprano.


 


Las horas de la noche sólo podrían computarse con relojes de arena o de agua, y su cómputo sólo era necesario con fines militares, por eso la noche se dividía, como creo que suele hacerse ahora todavía en los cuarteles en cuatro períodos de guardias llamados "imaginarias" (uigiliae en Roma, philakaí en Grecia), que durarían aproximadamente unas tres horas en verano.  La MEDIA NOX se producía entre la TERTIA y la QVARTA VIGILIA.


Mumford, un poco más adelante, reflexiona:  "El tiempo cobra el carácter de un espacio cerrado: puede dividirse, puede llenarse, puede incluso dilatarse mediante el invento de instrumentos que ahorran el tiempo. El tiempo abstracto se convirtió en el nuevo ámbito de la existencia. Las mismas funciones orgánicas se regularon por él: se comió, no al sentir hambre, sino impulsado por el reloj. Se durmió, no al sentirse cansado, sino cuando el reloj nos exigió."

 
Como dijo Antonin Artaud, el poeta maldito, cuando inventaron el reloj “nos hicieron esclavos de nuevo”. Pero él sabía mejor que nadie que en realidad nunca habíamos dejado de ser esclavos, y quizá nunca seríamos libres.  Nos sacaron el grillete de los tobillos y nos pusieron las esposas en las muñecas. El reloj de pulsera y el calendario, que se inventaron para medir el paso del tiempo, que es imposible porque es un continuo,  y por lo tanto es falso que se pueda dividir, acabaron creándolo y haciéndolo real, ordenándolo, dividiéndolo y subdividiéndolo, y esclavizándonos a nosotros a sus despóticos dictados.


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