jueves, 27 de julio de 2017

¿Cómo solucionar el problema de las faltas de ortografía?

A las respuestas tradicionales de fomentando la lectura desde la más temprana infancia y leyendo mucho desde entonces, desarrollando la memoria visual, haciendo cuadernos de ortografía y muchos dictados, copiando correctamente las palabras mal escritas varias veces como nos hacían en la escuela el siglo pasado, aprendiendo las reglas y normas (como por ejemplo: ene se escribe eme antes de pe y be), habría que añadir la solución definitiva que ningún Académico de la RAE ni profesor de Lengua y Literatura Castellanas quiere considerar, porque ¿a qué iban a dedicarse ellos, la real institución y los muchos profesores tanto de la enseñanza pública como de la privada y la concertada si desapareciera el problema?


La solución definitiva sería la mejor reforma educativa -y ya van para siete en treinta y cinco años en España las reformas que  no han servido para nada bueno-, la más interesante de todas las habidas y por haber: la reforma ortográfica.  No se atreven a emprenderla porque habría que jubilarlos a todos, como habría que, siguiendo la propuesta que un día desde la Orotava hizo don Joaquín Gutiérrez Calderón en un periódico de humilde tirada, jubilar todas las haches mudas al principio de palabra, unificar las bes y las uves y utilizar una sola de las dos letras para el mismo fonema, quitarles la u a las ges para decir “guerra” y usar las jotas tanto para “coge” como para “coja”, de lo que fue precursor Juan Ramón Jiménez. Habría que despedirse de equis como la de “experto” y dejarlas en lo que son, simples eses, y olvidarse de enes como la de “instituto”, que sólo los muy pedantes se empeñan en pronunciar para que se note su afectada cultiparla, unificar las ces, las kas y las cus y utilizar una sola de esas letras para escribir cosas como “casa”, “kilo” o “queso”; y unificar la zeta y la ce, quedándonos con una de las dos para escribir “ceniza”, por ejemplo. Y a la lista de propuestas de Gutiérrez Calderón añadamos que habría que escribir con y griega tanto "calló" como "cayó", habida cuenta de la extensión del fenómeno fonético del yeísmo en español oficial contemporáneo que ha acabado confundiendo ambos fonemas.

Sólo entonces, con una escritura fiel al habla de la gente -y hablando se entiende la gente y no hay faltas de ortografía que valgan- se acabarían los errores ortográficos, “esos clamorosos desajustes entre la razón limpia de los niños y la norma más caprichosa que etimológica de los académicos” en expresión de Gutiérrez Calderón.

 Sobra de ortografía: auriculares in(h)alámbricos

Ya hablaremos más adelante de cómo, por otra parte, la escritura, con faltas y sobras de ortografía o sin ellas, no es más que la tumba de la lengua hablada, y de la narración y la poesía, y del razonamiento, que acaba así enquistándose y convirtiéndose en filosofía, y en historia de la filosofía, y en mera literatura, pero ese es otro cantar.

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