domingo, 9 de julio de 2017

Las tres Antígonas en una de Slavoj Žižek.

Acabo de leer “Antígona” de Slavoj Žižek, el “filósofo, sociólogo, psicoanalista y crítico cultural esloveno”, como lo define la inevitable Wikipedia. La obra, publicada originalmente en 2016 en la lengua del Imperio, ha sido divulgada entre nosotros por editorial Akal 2017 en traducción de Francisco López Martín. Lo que más me ha sorprendido es que se trata de una versión teatral, precedida de un prólogo explicativo donde el autor nos advierte sin embargo de que “no pretende ser una obra de arte, sino un ejercicio ético-político”, pero resulta una propuesta escénica no moderna, sino más bien posmoderna, en la que hay tres biografías o vidas de Antígona muy diversas entre sí:

-La primera, como no podía ser menos, y la más larga de las tres, el primer acto, como si dijéramos, es la enésima versión de la tragedia de Sófocles entre las innumerables que se han hecho hasta la fecha. Žižek aquí no aporta gran cosa. Es de destacar, sin embargo, la versión castellana en impecables versos alejandrinos que hace el traductor F. López Martín, completada según confiesa con las traducciones en prosa de los helenistas Luis Gil y Assela Alamillo, cuya deuda reconoce. Antígona se suicida, como se sabe, y con ella su novio Hemón, el hijo del tirano, según la versión canónica de Sófocles.

 -La segunda parte, de la cosecha propia de Slavoj, nos muestra a una Antígona que convence al tirano Creonte de dar sepultura al traidor Polinices, ante lo que se sublevan los partidarios del otro hermano, irrumpen en palacio y dan muerte al tirano Creonte y a su hijo Hemón, el prometido de Antígona. Nos ha cambiado el final de la tragedia. Antígona no muere. Repite aquello de “Yo no soy más que amor, el odio me es ajeno…” y acaba con un repulsivo tic nervioso en el rostro, quizá de culpabilidad. 

 -La tercera versión, a la tercera va la vencida, es muy distinta de las dos anteriores. El coro aquí adquiere un protagonismo principal, convirtiéndose en un personaje activo que representa al pueblo de Tebas que decide tomar el Poder de un modo revolucionario en una especie de dictadura del proletariado marxista-leninista. El coro, que es el pueblo de Tebas, censura tanto a Antígona, empeñada en dar sepultura a su hermano, como a Creonte, que ha prohibido su sepelio, por la terca obstinación de ambos que pone en peligro la supervivencia de la ciudad, ante lo que derroca a Creonte, y juzga sumariamente tanto a este como a Antígona, y los condena a muerte y ejecuta finalmente a los dos.


Slavoj Žižek intenta justificar su reescritura del clásico de Sófocles argumentando en el prólogo que la única forma de mantener viva una obra clásica es tratarla como si fuese una obra “abierta”, orientada permanentemente hacia el futuro. Abandona la literalidad de la obra para, según él, ser más fiel a ella y a su espíritu, lo que no deja de ser una contradicción. Ya no es una heroína que se enfrenta al Poder. 

¿Con qué Antígona nos quedamos ahora? ¿Con la de toda la vida, la primera, la de Sófocles, o con la segunda, la que propone Slavoj Žižek, la Antígona que convence hábilmente a Creonte y lo humaniza, convirtiéndolo en un gobernante justo y piadoso y haciendo que con ella dé sepultura al cadáver de Polinices, lo que provoca la insurrección de los que veían a Polinices como un traidor, que acaban matando al tirano por haber revocado la orden que dio? ¿Nos quedaremos, en fin,  con la tercera y última que parece la definitiva en la que el coro, que es el pueblo, revolucionaria y democráticamente toma el poder y hace que mueran Antígona, Creonte y Hemón?

Antígona velando a Polinices,  Benajmin-Constant (1868)


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